Entre esperanza y anhelo
Se han perdido mis pasos, donde las calles se estrechan y las sombras se estiran, más allá de la Cava Baja. Las tascas ya no evocan la luz castiza de un Madrid festivo sino la niebla áspera de un joven febrero de color indefinido. Pero el día ha llegado con un “cargamento de cosas buenas”, que llevo al paso la voz áspera y ferruginosa de Diego Vasallo, adensando los vientos por las esquinas. Haciendo del arte un malecón en el que sentarse a contemplar la vida con los ojos descreídos del poeta que es, atrapado en el cuerpo de un músico; o tal vez sea un músico secuestrado por el alma de un poeta, no lo sé.
Es ahí, donde habita la belleza, entre autores malditos y bocanadas de una bohemia de plata, donde laten las palabras de Diego Vasallo, dejando huellas largas de una piedra en un lago. Las declama igual que las escribe, como deslizando un papel de amarilleadas esquinas bajo la puerta de una habitación de hotel, o traficando con los susurros que rompen en versos, a veces tristísimos. Y desde su remite mallorquín, por los tortuosos caprichosos de rutas desiertas, nos llegan estos once salvavidas de talento quedo, antídotos contra un mundo ruidoso y hostil de mediocridad.
Ya no podemos escribir que estas canciones llegan desde los pasos perdidos del desamor y la penumbra, porque hay una claridad casi obscena entreverada entre tanta poesía, un farol de luz al pie de muchos de los versos nuevos de Diego Vasallo. Nadie piense en traición; es la franqueza de un artista que refleja un momento de vida con honradez y que, de todos modos, no renuncia a los galones de Cioran de San Sebastián porque sabe que, después de todo, somos el cargamento que portamos, su luz y su penumbra, su ayer y su mañana. Allí lo encontramos hoy como siempre: “En las cimas más altas de la desesperación / en las promesas incumplidas de cualquier canción / entre las sílabas torcidas del amor, allí te esperaré”.
Tal vez por ese don para deambular entre las almas pálidas y cantarlo como nadie, Diego Vasallo se pierde entre “las costas abandonadas que dejamos atrás” donde yacen a la intemperie “canciones de una vida descatalogada”; se mira en el espejo del río crecido y a ratos, como a nosotros, le cuesta reconocerse: “dime si alguna vez fui ese hombre ya desparecido / con su brillo oscuro y una llama en su interior”.
Esa sutilísima e inédita luz que asoma en la penumbra de sus nuevas canciones, se cierne también sobre la producción musical de todo el disco, en donde fuerza sus fronteras, llegando un poco más lejos cada vez. De esa expansión, en él tan natural como innovadora, surgen los ritmos de Cargamento, No me niegues nada y, por supuesto, Esta noche no se parece a ninguna, en la que me ha hecho volver la cabeza varias veces, sospechando si estaría su sombra pisándome los talones por las costuras del Madrid de los Austrias: “dime si nunca renunciaremos al presente / o si este para siempre solo es provisional / si nuestro tiempo se acaba lentamente / o es solo una huida que no puede acabar mal”.
Con las rutas magistrales de Diego Vasallo al oído, he ido reconstruyendo la memoria de mis pasos, he reconocido la casa del viejo escritor, la tasca de antaño, el callejeo inverosímil y al fin el brillo lejano del laberinto del Barrio de las Letras. No podía ser más propicio el destino, porque estas once canciones son literatura en acordes menores, o música para poetas mayores, o melancólicas bellezas, o bellezas que ya no son tan tristes… Y es así zigzaguea el artista en Las rutas desiertas, guardándome la espalda por el viejo Madrid, en contrastes que son destellos de su genialidad: “entre esperanza y anhelo / entre la pared y la espada / entre mi cabeza y mi sombra / entre la corriente y el río / entre el silencio que todo lo nombra / y el aullido del frío”. Contrastes que guardo desde hoy junto a las viejas botellas de coñac, para las noches en que arrecia el invierno, la soledad se vuelve permeable y el vino de la etiqueta dorada no alcanza para calentar la casa.