Leiva is a bastard
Nos ha tenido en ascuas durante mil setecientas horas. Aún encima con cachondeo, que sus primeras palabras fueron “no te preocupes por mí”, que es lo que dicen los colegas borrachos cuando los abandonas en una discoteca del extrarradio a las siete de la mañana y solo van a tardar unas horas en dar señales de vida. Mil setencientas horas de intriga. Además, durante la espera, las señales de Leiva no han sido de vida sino de muerte. Nuclear no era precisamente tranquilizador: “yo no estaba exactamente mal / cuando pulsaste el botón nuclear / además andaba desquiciado / nada fuera de lo normal”.
Y cuando pensábamos que ya nos lo iba a contar todo sobre su reaparición discográfica y calmar las noches en vela de sus seguidores, nos abandonó a los lobos con frialdad, que en el videoclip esos bichos no parecían con ganas de hacer amigos.
Tal vez, con remordimientos de conciencia por lo violento que estaba resultando todo, lanzó Fans and Followers, donde se lo tomaba con humor. Pero aquello era el capítulo 1 de un despropósito divertidísimo que no solo no aclaraba nada sino que contribuía a confundir más las cosas. En su defensa hay que esgrimir que en la miniserie Leiva vuelve a confirmarnos que el talento artístico casi nunca viaja solo: asombrados nos hemos quedado con sus extraordinarias dotes de actor de comedia. Y haciendo de sí mismo, que es un papel complicado para una estrella porque antes ha de ser capaz de reírse de su propio personaje. No todos nuestros artistas saldrían indemnes de ese incendio.
Al fin, hoy Leiva ha sacado todo lo que lleva dentro. En poco más de un mes tendremos Nuclear, su nuevo disco, y vendrá la gira. Lo odiamos. Y como en el avance de su miniserie, nos identificamos con el creativo indignado que pierde los papeles y grita: “¡Que le den a Leiva, que le den a su gorrito y que le den a todo!”.
Después de la genialidad que resultó su último disco, era muy complicado enseñar las nuevas canciones sin que las comparaciones ensombreciesen lo más reciente, que es una de las maldiciones recurrentes del artista. Y sin embargo, nos ha tenido tan entretenidos con los juegos malabares de estas semanas, que a duras penas hemos podido concentrarnos en comparar nada.
Nos ha robado la cartera. Leiva es un cabrón. Sí. Pero es un cabrón genial. Y tanto él como su equipo se merecen la ovación de los bises de nuestra paciencia en esta espera que, por desesperante que parezca, habrá merecido la pena.
De todos modos la venganza se sirve fría. No estaría de más comprar su nuevo disco con micropagos de un céntimo, publicar las críticas en las revistas especializadas palabra a palabra -una cada semana-, y montar una quemada conjunta de gorritos de Leiva. De buen rollo.