Vice and virtue
Las tardes de noviembre son una manta de cuadros en el sofá y la calle aún desnuda de luces de Navidad. Un desfile de paraguas y caras de urgencia. Cada casa, un fortín frente al invierno. Canciones que se ponen de pie después de tanto tiempo rezagadas, viejos vinilos escondidos por un montón de papeles que nos sirven para nada, pero no me atrevo a tirar. Faltaba el frío, y ya está. Y la luna en cielo raso, una lluvia de cristales de hielo, y fotografías de cuando debíamos pasarlas con cuidado para no estropearlas con las huellas. Aún parecíamos el hijo trending de Pierce Brosnan.
Play. Los acordes tristes primeros de No sé si se acuerda. La voz de gato de barrio desierto. Las certezas tan íntimas que encierra. Las cosas que nos han dejado de pasar. Las barras que hemos dejado de abrazar. El edulcorante de un café, malditos los años, lo risible en la silueta. Las canas. Tus labios de madera. A las puertas de otro aniversario de la muerte de Enrique. El 23.
Fue una entrada de un concierto marcando la página de un poemario estúpido. Un relámpago sepia en la memoria. Nacha Pop. Quiero estar mejor: “Recordarás el tiempo que ha pasado / y beberás al ver que has ganado / y en tus novelas y personajes / no quiero que mi nombre aparezca nunca más, oh no”. Todo aún se amortigua en los acentos de tu voz. A mí me siguen gustando las coplas de Manrique, y bebo de las aguas de los místicos, pero me distraigo y me pierdo, me encuentro en cada esquina masticando los versos de melancolía del gran Manuel Machado.
Y qué malo es el frío para el escritor. Congela las ideas, angosta el alma, oprime el pecho, y hace que las palabras nazcan envueltas en hielo, hay que picarlas con los dedos de la paciencia, derretirlas con la memoria de tus susurros en primavera, o quemarlas, qué sé yo, con canciones que no nos vuelvan demasiado bobos, que nos pellizquen en lugares sin demasiada importancia. Tal vez, tal vez, Princesa azul: “Tú te sientes tan solo / entre la multitud, / es invierno y la ciudad / no deja de llorar”. Nadie lo dibujó tan bien como el último Manolo Tena.
En estas tardes de noviembre, resaca febril y aún dolorido, el mundo me parece un lugar inhóspito; el viento siempre está viciado por la prisa de los demás. Todo resulta tan ajeno como las muchedumbres de cualquier telediario. Tu tendrás ya seis gatos, o estarás calcetando, o negarás muy concernida frente al televisor ante el aluvión de titulares de esos McDonalds de la información. Yo firmé un pacto con War exploits de los Stukas; qué pena todavía hoy que se haya muerto José Ramón. Guárdate de los días de colegio, si puedes. Que supongo que te habrá enamorado al fin “el cantante sexy de moda / que en tu carpeta” paseabas “muy orgullosa”. Nunca pensé en ser rival. Se vive mejor en la floresta de los sueños locos.
Las tardes de noviembre se escriben perezosas. Lentas. Todos los otoños garabateo el mismo poema. Los versos de luto de la luz, el reverso de las flores, sicodelia en blanco en negro. Tus ojos anónimos rastrillando de luz la bahía. Si aún pudiera hacer canciones, maldita esta mano izquierda, al menos cambiaría la música. También Te debo una canción.
Antes de que nos coma la literatura, arrugo los demás folios en blanco; con Enrique, de nuevo, enfilo el tempo de otro disco. La última vez que subió el añorado de Los Secretos a un escenario fue a cantar una en el concierto de Ixo Rai. Nadie lo habría adivinado. Te debo una canción: “Por las noches robadas, / por un beso traidor, / porque no me lo pides, por ninguna razón. / Te debo una canción”. Aún me araña. La dejo sonando mientras pienso si algún día está mano me dejará volver a tocar, si noviembre es solo la siesta de la Navidad, si esta noche será otra escombrera de sueños, silencio y libros, pero me interrumpe la luna, que es ya la sonrisa de un sereno extasiado en la ventana, una seña fugaz del hielo de algún corazón atravesado, pintado con vaho en el cristal.
Las canciones nos llevan de la mano, a veces, a los callejones oscuros de otros noviembres, a otros labios silentes, a otras manos sobre el cuello. Vicio y virtud del pop español.