Poti in Chaston
Los 90 fueron difíciles. Como mínimo, no tenían el potencial de los 80 rompiendo moldes, la gente con más o menos talento ya había muerto o estaba a punto de doblar la servilleta, y la música electrónica del Carrefour nos había achicharrado el cerebro. Por suerte soy hijo musical de la generación de mis hermanos, que fue la de los 80. Nunca estaré lo bastante agradecido por haber llorado a los primeros amores con canciones de Enrique Urquijo y no de Ismael Serrano y Paco Pil. Mis respetos a la generación que sobrevivió al Máquina Total 5.
Sea como sea, mi quinta coruñesa se rompió los dientes en la rampa del baño del Playa Club del Superdepor. Allí donde abrace al Turu Flores la noche de la Liga o de la Copa, deposité tiempo después mis primeros prejuicios musicales -Javi Becerra ha escrito mucho y bien sobre esto- y aprendí algunas cosas nuevas que resultaron ser importantes.
Se lo debo a Poti, que fue el dj que desasnó musicalmente a mi generación y luego a unas cuantas más. No era, por supuesto la selección musical, cualquier gilipollas es capaz de hacer eso; yo mismo lo he hecho en tantas fiestas de Popes80. Era el talento. La cultura musical bien abrillantada por el talento para mezclar temas de un modo tan eufórico que hacía crecer todas las canciones y, sobre todo, que hacía que la música fuera el mayor atractivo de la discoteca.
En sus noches del Playa, no solo aprendíamos canciones y descubrimos grupos a docenas, sino que la música nos pinzaba físicamente todos los órganos; único garito del noroeste en el que te vibraban las pelotas con los fogonazos de Pesadilla en el parque de atracciones.
Las vueltas de la vida. Desde hace poco, Poti ha vuelto al ruedo, a despertar euforias en la noche coruñesa, en un lugar tan emblemático como el Chaston. Redescubrirlo fue, de algún modo, volver a confiar en la figura del DJ, que está en desuso, que en las antiguas cabinas ahora solo hay odiosos ordenadores insensibles a las peticiones y, lo que es peor, insensibles al insulto.
En Chaston, madera y reflejos dorados de ron añejo, el tiempo está detenido en el 77 y la llegada de Poti a la segunda franja de la noche es también un viaje a los años buenos, a los días de aprender a vivir, y a los loops que acompañaron el primer despertar musical.
Los que gustan de menear el trasero al ritmo cansino del chiringuito tienen todos locales del mundo. Ahora los amantes de la buena música de siempre tenemos también un refugio coruñés de lujo donde guarecernos de la mediocridad y evitar las lesiones de pelvis del perreo contemporáneo.