21 years without Enrique Urquijo: our best tribute
- Itxu Diaz
- On 17 November, 2020
- http://www.itxudiaz.com
A tu lado. Dos caras distintas. Los Secretos, 1996.
El 17 de noviembre de 1999 España perdió a la voz más carismática del pop español, a Enrique Urquijo. Nos dejó un montón de canciones y uno de los grupos más importantes de la historia musical española, Los Secretos.
Hoy, desde POPES80.COM, en homenaje a Enrique Urquijo y como forma de enviar un abrazo a su familia, a Los Secretos y a sus amigos y fans, reproducimos por primera vez al completo el capítulo dedicado al grupo en el libro Nos vimos en los bares. Historia sentimental del pop español, of Itxu Diaz.
The death of Enrique Urquijo
Noviembre se desplegaba blanco y gris. Lleno de libros y luces macilentas de madrugada. Yo había pasado una de esas noches que parecen inspiradas por los párrafos más siniestros de Lovecraft. Tenía aún la bruma del sonámbulo y el frescor afilado de la mañana. Ese instante en que el aire de la calle recorre por primera vez la habitación entumecida. Sonó el teléfono inexplicablemente temprano. Mi hermana Carmen:
-Ha muerto Enrique Urquijo.
Tenemos una extraña vacilación ante la noticia de la muerte, que es algo más extraño aún. El cerebro y el corazón desesperan buscando una salida: no es posible, tiene que haber un error, tiene que haber una solución. Incluso los creyentes nos revolvemos contra la muerte, quizá porque antes que creyentes somos hombres. Y con más razón aún: que uno reacciona colgado del teléfono con el impulso de gritar “Dios es mi amigo, me conoce bien, esto lo arreglo yo. ¡Póngame inmediatamente con Dios!”.
Las cosas no funcionan exactamente así. Enrique Urquijo había muerto y no era Lázaro. Así que, en efecto, me arrastré a un oratorio y desconsolé unas lágrimas y unas oraciones por su eterno descanso, por su familia, por su hija María (Agárrate a mí, María). Y me vino un pensamiento a la cabeza que siempre me ha acompañado: Dios ha de hacer algo especial por aquellos artistas que han hecho tanto bien, que han alcanzado tantas veces la belleza, que han hecho sentir tan humanos a tantos hombres. La misericordia sentimental. No sé.
Programas especiales, el llanto de los seguidores, la incredulidad de los amigos. La radio y la televisión se inundaron de imágenes y canciones de Los Secretos. Su líder había aparecido muerto en Madrid, en el portal del número 23 de la calle Espíritu Santo. Aquel anochecer se había presentado muy frío, no más de 3 grados en el termómetro de la capital. Encontraron su cuerpo sin vida en torno a las nueve de la noche del miércoles 17 de noviembre de 1999. Un telón negro y denso cayó sobre la historia del pop español.
No era el primero ni sería el último. Pero era Enrique Urquijo. Tenía 39 años. Y hacía ya meses que había decidido arrojarse al camino de la luz y la belleza artística, madurada su voz, su poesía, su manera de componer, el sonido tan puro y vitalista de sus nuevos éxitos: Pero a tu lado, con Los Secretos en 1995 o Desde que no nos vemos, con Los Problemas, en 1998.
El golpe para Los Secretos parecía definitivo. Habían superado la muerte de su batería Canito, cuando el grupo aún se llamaba Tos. Aquello fue en la Nochevieja de 1980 en un accidente de tráfico. El concierto homenaje a Canito celebrado el 9 de febrero de 1980 en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid suele considerarse el pistoletazo de salida de la movida madrileña. Allí se habían juntado Tos, Mermelada, Alaska y Pegamoides, Nacha Pop, Trastos, Paraíso, Bólidos, Mamá, Mario Tena y los Solitarios, en una actuación que fue retransmitida por Carlos Tena y Diego Manrique para Onda 2. Ambos periodistas valoraron aquel concierto como la presentación oficiosa de la Nueva Ola Madrileña: el colofón de aquel homenaje, Ahí viene la plaga, en versión conjunta con todos los grupos participantes tocando sobre el escenario, parecía señalar la dirección de los vientos musicales dominantes en el epicentro del pop nacional.
Justo es resaltar que el concierto homenaje al fallecido fue una fiesta, una fiesta respetuosa –no en vano estaban presentes los padres de Canito- pero, a fin de cuentas, una alocada y prometedora juerga popera.
Aquellos primeros Secretos se sostenían en los tres hermanos Urquijo: Enrique, Álvaro y Javier. Acompañados de un batería, primero el fallecido Canito y más tarde Pedro A. Díaz. Pasarían varios años hasta que los actuales Ramón Arroyo y Jesús Redondo aportasen su talento a cada canción de Los Secretos. Aunque la banda a la que se prometía un futuro más serio y profesional entre las del cartel del homenaje a Canito era Nacha Pop, el Déjame de Los Secretos ya había comenzado a enloquecer a su público.
Otra peculiaridad del homenaje al batería de Tos fue la aportación de Mermelada. El grupo de Javier Teixidor –hoy J. Teixi Band- se prestó para ofrecer su equipo musical a todas las bandas participantes, evitando el caos de cambiar de escenario cada dos canciones, algo que habría dificultado aún más la retransmisión en directo a través de Onda 2.
De la actuación de Alaska en Caminos, los observadores destacaron lo mucho que había mejorado el grupo en directo, además de la novedad de la incorporación a sus conciertos de una percusión electrónica, más tarde pieza esencial en la vida musical de la diva de la Movida.
En cuanto a Paraíso, el grupo de Fernando Márquez El Zurdo, los críticos de moda aseguraban que daría mucho que hablar en los años siguientes. No fue para tanto y hoy su olvido es tan injusto como descriptible. Cuando llegaron a la Escuela de Caminos aún no habían editado Para ti, sin embargo Tena y Manrique ya aludían a esta canción durante la retransmisión en directo, al tiempo que se anunciaba a El Zurdo como uno de los mejores letristas del país. Culto, adictivamente minoritario y eminentemente libre. Así lo conocí yo muchos años después en La Botellita de Majadahonda, cuando vino a cantar a una fiesta de Popes80. Era el segundo aniversario de la fundación de nuestra revista. Interpretó un par de canciones junto a Casilda de Los Modelos, las fotografías de mi colección personal ya se están oscureciendo pero aún reflejan la intensidad y la emoción del reencuentro sobre las tablas tantos años después.
Los primeros 80 fueron tiempos de etiquetas y de tribu. De promesas y cosas por hacer. Por eso las miradas reposaron pronto sobre el grupo liderado por José María Granados. En Caminos cantaron Chica cruel and Mi chica ideal. Los locutores de Onda 2 habían asegurado al grupo un éxito masivo inmediato. En algo no se equivocaron: lo de Mamá eran ritmos pop fácilmente asumibles y letras que con el tiempo madurarían hasta hacer de Granados uno de los más venerados letristas de la historia del pop español. Pero no deja de impresionarme pensar que aquello era tan incipiente, por no decir improvisado, que ni siquiera los que estaban en el ajo conocían bien los detalles: Cuando el periodista musical Diego Manrique presentó a los artistas dijo aquello de “son Mamá o Mama, como queráis”. Ciertamente, era lo mismo pero no era igual, acudiendo a la expresión del célebre spot de Martes y Trece sobre el detergente Gabriel.
Tiempo después de aquella cita con la historia pop en Caminos, el grupo de los tres hermanos Urquijo tuvo que superar también la muerte del batería que sustituyó a Canito, Pedro A. Díaz. Los grupos de los 80 eran más compactos que los que hoy vemos, cuando a menudo la banda gira con naturalidad en torno a un líder, cambiándose baterías y bajistas sin mayor trauma.
Tanto Canito como Pedro A. Díaz eran también compositores. Canito firmaba canciones como Me aburro, y Pedro A. Díaz, además de cantar, había compartido con Enrique o Álvaro la autoría de temas como No supe qué decir, Todo sigue igual o Ahora que estoy peor.
No son canciones menores. Me gusta detenerme en No supe qué decir. La historia de tantas noches de adolescencia. La chica que te atrae. La del pelo largo dorado y los ojos azules. Asoma solo algunas veces entre las sombras del bar. Solo algunas noches. Pero tú la esperas todas. Quizá demasiadas. No creo que a ella le guste estar con alguien que vive pegado a la barra del bar. Punzante paradoja: estás pegado a la barra de un pub para estar con ella. Entonces aparece. La claridad de sus ojos te congela y no sabes ni devolver una sonrisa. Te vence su fantasma. Suena hueca y angustiada la voz de Enrique Urquijo: “Noche, es de noche otra vez, | lejos del atardecer | Mis ilusiones vuelven y tus ojos al brillar | me invitan a una noche sin final”. Pero… “Noche, es de noche otra vez, | y yo estoy solo, lo sé | Me miraste a los ojos y no supe qué decir | ya no tengo palabras para ti”.
Álvaro Urquijo me contó alguna vez que lloraron mucho la muerte de Canito. Y que, sin embargo, cuando se produjo la de Pedro A. Díaz, parece que la piel se les “había endurecido”. Habían visto caer ya a otros compañeros de generación. Unos en la carretera y otros entre las jeringuillas del lavabo de la canción Pongamos que hablo de Madrid. La cara de la muerte no era nueva. Sin embargo, la de Enrique Urquijo era indudablemente el final. Ni Los Secretos podían superar un golpe así. Pero ocurrió algo inesperado. Como un renacimiento.
A tu lado
En los meses posteriores a la muerte de Enrique Urquijo se celebraron cientos de homenajes en su memoria, cientos de bandas versionaron sus canciones, cientos de discotecas volvieron a pinchar sus grandes éxitos. Había sido todo tan cruel y doloroso que –conviene recordarlo- su muerte se produjo un día antes de que saliera a la venta el segundo volumen de los Grandes éxitos de Los Secretos. Naturalmente se agotó en las tiendas. Pero eso era lo de menos. Lo que se palpaba es que la muerte de Enrique Urquijo había golpeado a la sociedad española y miles de personas se acercaban o, por primera vez o en mayor profundidad, a su extensa y maravillosa discografía.
La sensación de que “algo nuevo” estaba surgiendo en torno a la figura de Enrique pude vivirla de cerca. En La Coruña, en el Café Ópera Prima, y junto al batería y entrañable amigo Óscar Quintáns, montamos un grupo en el año 2000, Los Elegidos, con el único propósito de rendir tributo a Los Secretos; propósito al que en pocos conciertos renunciamos para ampliarlo hacia las versiones de todas aquellas canciones de la Edad de Oro del pop español que nos emocionaban.
En la mayor parte de los escenarios que visitábamos se reproducía la misma sensación: como si esas canciones, desde Los Secretos hasta Nacha Pop, hubieran estado por una década escondidas en un búnker, mientras en el exterior sonaba atronador esa cosa hortera a la que llamaban pretenciosamente “bakalao” y no llegaba a pescaílla. La muerte del líder de Los Secretos había abierto el búnker. Y el público seguía allí, “en el lugar de siempre” como en la ranchera que tan bien entonaba Enrique, tan solo con ocho, diez, quince años más, deseosos de vibrar con Ojos de perdida, with Quiero beber hasta perder el control and La calle del olvido: “Ahora que todo acabó / y que el tiempo te ha vencido / y tu amigo te dejó / dices que cuentas conmigo / ¿Cómo tienes el valor / yo que siempre me he dolido / de recordar lo que fue / y lo que pudo haber sido / Por la calle del olvido / vagan tu sombra y la mía / cada una en una acera / por las cosas de la vida”.
Recuerdo y me estremezco aún al escuchar la fuerza y emoción con que nuestro público, amontonados en pequeños pubs como si fueran tabernas irlandesas, coreaban al unísono cada una de las estrofas de estas canciones inmortales que habían brotado del corazón de Enrique. Era algo especial que no pasaba con otros grupos. Eso mismo lo percibieron Los Secretos en su ámbito musical. Algo estaba ocurriendo, diferente, inusual, intangible pero sentimentalmente indudable.
Ariel Rot había dedicado ya su preciosa Colgado de la luna a su añorado amigo, como una radiografía a toda una generación o tal vez, a todas las generaciones en algún momento de su vida: “hay veces que te dejas arrastrar | por la corriente sur | prefieres no pensar. | Una carcajada y te vas / viajando sin saber | con quién te encontrarás. | Solo hay una condición: | hay que saber bajarse en la penúltima estación | hay quien se ha descuidado y ahora está | colgado de la luna y ya no volverá”.
Todo parecía estar recomponiéndose en torno a las canciones y el legado de Los Secretos. Y entonces llegó el disco homenaje: Álvaro, Ramón Arroyo y Jesús Redondo habían encontrado las razones –la complicada situación económica y personal en que se había quedado la pequeña María, hija de Enrique, fue tal vez la más poderosa- y el aliento para abrir la caja, desempolvar los recuerdos secretistas, y volver a tocar para grabar sus canciones en la voz de sus amigos y admiradores. Naturalmente, la alternativa era cerrar el grupo y marcharse a casa.
En el homenaje estaban Antonio Vega, Manolo Tena, Javier Urquijo –el mayor de los hermanos, que dejó el grupo en los primeros 80-, José María Granados, Luz Casal, Cómplices, Carlos Goñi, Jesús H. Cifuentes, David Summers y tantos otros.
El éxito de acogida del disco dio paso a una gira muy especial, A tu lado. Y fueron noches inolvidables en la que el público de Los Secretos llevó en volandas al grupo de un escenario a otro. Tuve ocasión de ver dos paradas de aquella gira: la de Oviedo y la de La Coruña. En la primera escuché por primera vez a los teloneros, Pablo Martín y Josu García, La Tercera República, y me llevé su nombre apuntado en una servilleta. Al terminar aquel concierto, en la entrada del teatro, mi hermana Carmen me fotografió con Álvaro, Jesús y Ramón y son imágenes que guardo con cariño especial, porque aquel día tuve ocasión de hablar con ellos por primera vez de música, de amores musicales, y de ausencias, sobre todo de una, la de Enrique. En el concierto de La Coruña, en el Coliseum, Teo Cardalda se subió al escenario para sustituir a la batería a Santi Fernández durante una canción y después cantó Y no amanece, como ya había hecho en el disco homenaje y como acostumbraban en la mayoría de las paradas de la gira. En La Coruña también hubo otro invitado especial, Los Secretos se llevaron a Santi Santos de Los Limones, con quien cantaron La calle del olvido. En ambos conciertos, Juan de Dios –genial músico, hoy prestigioso productor, y siempre, amigo- fue invitado a cantar con el grupo una de sus canciones más especiales: Volver a ser un niño. El increíble parecido de la voz de Juan de Dios con la de Enrique Urquijo causó enorme impacto en aquellos días entre los fans de Los Secretos.
Desde aquella gira llena de emociones y empujones, los que el público le daba a Los Secretos, la noria, ahora liderada por Álvaro Urquijo, ya no ha dejado de girar. Ciertamente, no lo sabíamos en aquel momento, pero quedaba mucha Historia de Los Secretos por escribir. Fue fundamental el empuje de la afición para que, al término de la gira, Álvaro, Jesús y Ramón, no decidieran disolverse y marcharse cada uno por su lado.
Ojos de gata
Tras la muerte de Enrique Urquijo reparé con mayor intensidad en sus letras. Veía desgarradora No sé si acuerda, esa historia en la que el chico recorre la solitaria ciudad por la noche, buscando el rastro de la joven que le dejó de pronto, sin razones: “Y las veces que la creí ver | nunca era ella | solo quiero verla | y no sé… si acuerda”. Es dolorosa la confesión que hace Enrique en otra estrofa: “No me explico qué pudo pasar aquellos días / nunca dijo que me iba a dejar / y ella lo sabía / solitario en la triste ciudad / dando mil vueltas / olvidando todo lo demás / solo pienso en ella / en volver a verla / y no sé si se acuerda”.
También me detenía con los cascos bien apretados a los oídos en el corte Me alegro de verte o en el cinismo salvaje de Ya me olvidé de ti: “Ayer que te encontré / vencida y triste | sin una sombra ya / de lo que fuiste | que me puse a pensar / desconcertado: | ¿y de esto estuve yo / enamorado?”.
Los versos más simples, corrientes, te interpelan. Esos que parecen más sencillos al observador ajeno y que quienes escriben canciones saben bien lo difícil que es encontrarse con ellos entre las musas. En una vitrina en la memoria daba vueltas a la última frase de Ojos de gata: el triunfador, el famoso, el gran artista que, a fin de cuentas, también es hombre: “Comentó por ahí | que yo era un chaval ordinario | pero cómo explicar | que me vuelvo vulgar | al bajarme de cada escenario”.
Esta espléndida Ojos de gata es en realidad una canción escrita a dos manos. Joaquín Sabina y Enrique Urquijo se cruzaron unos versos en el baño del Lady Pepa, aquel escondrijo de Malasaña en el que mezclábamos espaguetis con ron a horas imposibles de días improbables. Tal vez el intercambio de letras se haya producido en otro baño de otro local, pero los cronistas de la historia me han señalado repetidamente al viejo café-teatro por donde se dejaba caer Enrique y en el que años más tarde conocí a tantos músicos, acompañado de La Tercera República, de César Pop, de Quique González o de Javier Urquijo. Los versos borrosos de Sabina eran una canción inconclusa. Enrique se los llevó y la terminó por su cuenta, a su manera: hizo Ojos de gata. Y Sabina, hizo lo propio, a su estilo: Y nos dieron las diez.
Con acierto se ha estimado que cada uno termina la historia fiel a su propio ideario: el protagonista de Sabina pasa las diez, las once y la una y las dos con la chica. Mientras que Enrique acaba borracho y solo, sin rastro alguno de su amor de ojos de gata, de la que ha quedado solo el recuerdo y un cierto bochorno por lo ocurrido.
Hoy la vi
Muchas veces me han preguntado si Enrique Urquijo, además de las que ya conocemos, no dejó más canciones escritas o grabadas en algún cajón de la mesilla o perdidas en un armario. Yo mismo se lo he preguntado a Los Secretos y a sus amigos más próximos. En alguna ocasión me lo ha explicado Álvaro: “nunca hemos sido de esos grupos a los que nos sobran decenas de canciones en cada álbum”. Y como norma, Enrique Urquijo tampoco era de esos tipos capaces de guardar un montón de canciones en un cajón por tiempo indefinido. Las canciones salían de su vida, y su vida, para contarla, había que vivirla. Y era intensa.
No encontramos un ápice de impostura en aquello. Eso explica que a su muerte no hayan aparecido rarezas y bocetos como sí ocurrió con otros artistas. Ha habido excepciones, especialmente aupadas por las posibilidades tecnológicas actuales, como es el caso de actuaciones íntegras grabadas por lo que antaño se llamaba videoaficionados que hoy se encuentran en YouTube y que, con valor musical francamente menguado, ostentan un valor emocional enorme para los fans.
De entre los vídeos oficiales, existe también registro de la última vez que Enrique se subió a un escenario: fue para una colaboración en un concierto multitudinario de Ixo Rai en Zaragoza, en octubre de 1999. Cantó junto al grupo aragonés un emotivo Te debo una canción, a ratos aterradoramente profético.
En esta carencia de legado inédito póstumo hubo al menos dos excepciones. Una, en comparación, menor, Agua de lluvia, que diez años después de la muerte de Enrique, Javier Urquijo decidió incluir en su disco en solitario.
Meses antes de su fallecimiento, Enrique Urquijo estaba trabajando en nuevas canciones junto a su hermano mayor, Javier, y tenía previsto editar en el 2000 un álbum con Los Problemas. De esa época procede el rescate de Agua de lluvia donde los fans del artista se encontrarán una letra de Javier Urquijo y Jesús Redondo, teclista de Los Secretos, grabada a dúo entre Enrique y Javier. Comienza así: “Cómplice de un sentimiento | que me lleva a donde voy | extranjero de la noche / nunca pido lo que doy | Yo reniego y me arrepiento / desde antes hasta hoy | que es igual / yo soy lo que soy”.
He señalado que se trata de algo menor porque, a fin de cuentas, la grabación procede de una maqueta y no tiene la calidad de una grabación pero es reseñable el buen trabajo de producción. Aquella fue la segunda canción inédita y póstuma de Enrique Urquijo. La primera se incluyó en el homenaje A tu lado y es Hoy la vi, un tema que el fallecido artista había grabado en el mismo contexto, es decir, junto a Javier Urquijo y pensando en su próximo disco con Los Problemas.
Creo que nos ocurrió lo mismo a todos tras la primera escucha de Hoy la vi. Los fans de Los Secretos nos llevamos una gran alegría después de un año echando de menos su voz. Ese timbre ahuecado, penitente, que incluso las veces en que asoma límpido parece salir de la panza de una caverna.
Recibimos Hoy la vi como la joya valiosísima que sobrevive entre el fango y los escombros a una gran tragedia natural. Los Secretos explicaban que aquella canción era la única salvable, de entre todas las maquetas que manejaba Enrique Urquijo en el momento de su muerte. Aun así, el tema tuvo que ser sometido a un costoso trabajo de recuperación, una obra maestra de ingeniería musical cuyo resultado resulta conmovedor, incluso en sus pequeñas imperfecciones, como cuando Enrique prolonga con naturalidad el final de alguna nota entonada de manera diferente a la de la estrofa anterior. Pensaba entonces y lo admito ahora: pocas veces tenemos ocasión de escuchar las canciones frescas, nacientes, sin las horas y horas del trabajo de producción y de maceración que realizan los propios artistas sobre sus composiciones. Con los años me he vuelto un buceador de maquetas de discos que ya conozco. Me gusta escucharlas detenidamente en toda su pureza y ver cómo letras, acordes, entonaciones y demás detalles se fueron puliendo -¡a veces para mal!- en las grabaciones originales. Siempre tengo una mano tendida hacia mis amigos artistas que quieren compartir una vieja maqueta que no debe salir a la luz. El contrato es simple: la aprecias, la tienes, la guardas, la destruyes si es necesario antes de que te la roben. Y así mi hogar es también una penumbra musical de lo prohibido, de lo exclusivo; algo que agradecer a esta bendita y maldita profesión del periodismo y sobre todo a ese bálsamo ajetreado y genial que es la amistad.
En Hoy la vi, como en casi todas las canciones de Enrique, lo que nos cantan no es un relato inventado, ni palabras que suenan bonitas sin más. Es una historia demoledoramente real, bellísimamente real.
El autor se había encontrado casualmente con su primera novia –dicen que nunca olvidada- en Madrid, en la sala de conciertos Honky Tonk, el templo musical de Covarrubias. Sí, ya lo sé, habían pasado al menos quince años desde que se amaron, pero hay cosas que nunca se olvidan.
Cuentan mis cronistas que a aquella chica que salía con Enrique le había forzado su padre a dejarlo. Supongo que no era el tipo de yerno con el que soñaba. Y en efecto, aunque habían cortado muchos años antes, al autor de Hoy la vi no se le había pasado la bruma del corazón: “Hoy la vi | la nostalgia y la tristeza suelen coincidir | se rompieron mis esquemas | después comprendí | que si ahora estoy así | es porque hoy la vi | Y aunque no lo siento | luego no pude dormir | y las puertas del recuerdo cedieron al fin | y aquel miedo que sentía hoy vuelvo a sentir”.
La grandeza, la inmensidad de Enrique, estaba en describir en unas pinceladas y unas notas los misterios más oscurecidos del corazón. Más oscurecidos y más cotidianos. Su música era también terapéutica: “Hoy la vi | han llovido quince años que sobreviví | yo creía que sabía y nunca aprendí | que si ahora estoy así es porque hoy la vi”.
El Enrique Urquijo que se nos fue era, con perdón, el mejor Enrique Urquijo de la Historia.
Hacia el boulevard de los sueños rotos
En las noches siguientes a aquel doloroso 17 de noviembre de 1999, los amigos y artistas se iban dejando caer por los bares de Malasaña, por los santuarios nocturnos que frecuentaba el fallecido artista. Como en romería se les pudo ver recalando en La Vía Láctea, algunos de copas en El Penta, otros de melancolías en el Honky Tonk y casi todos, al doblar la madrugada, enredados en torno al piano del Lady Pepa.
Las curdas, como en las canciones de José Alfredo Jiménez, lo exaltaban todo pero no resolvían el problema. El vacío de Enrique solo lo podía llenar la música, el doloroso recuerdo de su voz. ¡Tantos amigos suyos me contaron la cantidad de tiempo que dejaron pasar sin atreverse a escuchar de nuevo sus discos! Pero siempre la música regresa a la memoria, vuelve a sonar. Y pasadas las primeras emociones, se convierte en el camino más rápido para mantener viva la llama del recuerdo. Y eso fue lo que ocurrió. Que aquella ausencia la suplió la música. La de Los Secretos, la de Antonio Vega, la de José María Granados. La de todos. Todos se pusieron a escribir canciones como si tuvieran que escapar del fantasma de la tristeza.
En una ocasión le pregunté a Álvaro Urquijo cuál era la canción que más le recordaba a Enrique. No tuvo ni que pensarlo. “Pero a tu lado, sin duda”, me dijo, “no sé por qué, porque podía ser cualquiera de las suyas, pero como fue la última, o una de las últimas…”. El submundo editorial discográfico y lo que se mueve en torno a la elaboración de los discos es una caja de sorpresas. La canción, el gran himno de fin de siglo de Los Secretos, entró en el álbum de milagro. “La llevábamos cogida con alfileres”, recuerda Álvaro, “sabíamos que nos faltaba una canción para completar las canciones mínimas que te exige quien decide ir a comprarse un disco, y la dejamos para el final. Fue finalmente de las mejores”.
El álbum en cuestión es Dos caras distintas y en la luminosa portada lucen dibujados cuatro girasoles. Un cuadro de un colorido optimismo infrecuente en la historia del grupo. “Tengo muy buen recuerdo de la grabación de ese disco”, cuenta Álvaro, “lo grabamos en Inglaterra en una época en la que el sol escaseaba allí. Fuimos tres tandas de once días. En los once primeros grabamos la mitad del disco. Luego volvimos a España, descansamos y preparamos las maquetas de las siguientes canciones. Y otros once días. Y, luego, otros once días de mezcla. Y cada vez que íbamos a Inglaterra, curiosamente, todos nos poníamos en pantalón corto allí, porque salía el sol. Cada vez que nos íbamos, los ingleses nos decían: ‘¡cuando volváis, traed el sol otra vez!’. ¡Y volvíamos y volvía hacer sol! En un libro de Marta Pich hay fotos en las que estamos tomando el sol en un banquito… en Inglaterra en febrero o marzo de 1995. Tengo muy buenos recuerdos de este disco”.
También el videoclip de Pero a tu lado es jovial, alegre y lleno de sol y luz. Grabado de día y en el campo. Era otra cara, como una visión renovada de Los Secretos, muy alejada de la estética de penumbra y desolación que acompañaba años atrás a videoclips como el Y no amanece. No es casualidad, entonces, que el último disco de Los Secretos con Enrique Urquijo al frente comenzara con un verso tan grandilocuente, sólido y feliz: “He muerto y he resucitado”.
Cuando tres años después, ya con Álvaro Urquijo al frente del grupo, Los Secretos grabaron un álbum de temas inéditos, volvieron a equilibrar la balanza de las dos caras. La noche y el día, la esperanza y la desesperación, la alegría y la tristeza.
En Cada vez que tú me miras –dedicada a Daniela, la hija de Álvaro- o Gracias por elegirme puede intuirse un optimismo continuador del single Pero a tu lado, mientras que en otros momentos del álbum asoma una tristeza o melancolía retratada con el tradicional gusto de Los Secretos para captar la belleza.
En el álbum, el peso compositivo lo lleva Álvaro, pero recurren en dos canciones a la autoría de José María Granados –siguiendo la tradición-, Mientras me enseñas and Nada que decir, y de Quique González, Discos de antes.
En Solo para escuchar, Álvaro le dedica Cada día a su hermano Enrique, quizá un recuerdo más sereno y fraterno que el universal canto que nos unió a la totalidad de los seguidores del grupo y que incluyeron en el disco homenaje A tu lado: Te he echado de menos. Por su parte, Cada día, de belleza sutil y ritmo denso como una marea salada, comenzaba así: “Recuerdo cuando solíamos reír | hablando del futuro y porvenir | pero se paró el tiempo | y tu imagen sigue aquí | cada día es más largo sin ti (…) | Y tu sonrisa, que tan tímida escondes | fue la llave que yo no supe abrir | y aquel lamento que mi alma rompe | cada día que paso sin ti”.
Aún hoy encoge el corazón escuchar a Álvaro Urquijo cantar estos recuerdos, estas sensaciones que evocan la memoria del niño al que vio crecer, llenarse de ilusiones y proyectos, tambalearse, caer y levantarse, madurar sin abandonar plenamente la tierra conquistada de la infancia; en definitiva, al niño que acompañó toda su vida, a su hermano.
Con tozudez y escaso éxito –España compra antes un prejuicio que la verdad- se ha esforzado Álvaro Urquijo, Los Secretos y la familia, por retirar las etiquetas malditas a Enrique y destacar su vitalidad, su esfuerzo, su talento, su convicción y sus luchas para salir de los infiernos, su sentido del humor, que debía ser algo fuera de lo común porque sus amigos insisten una y otra vez en lo desternillante y ocurrente que podía llegar a ser.
La familia Urquijo quedó muy descontenta con algunas biografías sobre Enrique que se han ido publicado en la prensa o en libros. No es para menos. Soy el primero que admito que me costó mucho comprender que lo ocurrido no fue el desenlace natural y esperado a una vida –digamos- terrible; pero hoy respaldo y me emociono y lleno de respeto y admiración ante toda la familia de Los Secretos, porque tenían razón. Y me sumo a los empeños por resaltar una y mil veces la cara oculta, privada y feliz –a ratos, como todo el mundo- de Enrique Urquijo.
Los Secretos han sobrevivido y se han rehecho y reinventado. Hoy es un lujo para la cultura española contar con ellos, historia viva -¡y tanto!- de lo mejor de nuestra música. Artistas, profesionales, talentosos y trabajadores. Buenos amigos. Pocos, muy pocos en nuestro panorama artístico como esos Tcuatro: Álvaro, Ramón, Jesús y Santi… Los Secretos.
We met in bars. Historia sentimental del pop español.
Itxu Díaz. Editorial Homo Legens, 2019. 248 páginas. 19,50 euros. ISBN: 9788417407506