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Popes80 | 27 November, 2024

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Gracias, Alejandro

Itxu Díaz
  • On 6 October, 2019
  • http://www.itxudiaz.com

Habíamos venido a un funeral y el muerto echó a correr. Entonces miré alrededor y tampoco estaba seguro de haber acertado con la dirección de la morgue, porque toda aquella gente saltaba y bailaba sin escrúpulos, se hacía selfies y grababa videos, y no había ni rastro del esperado coro de plañideras. Y todo esto no es incompatible con una cierta emoción, que nadie piense que aquello era una reunión de fríos psicópatas; en realidad las lágrimas asomaron en el primer acorde de la noche, cuando Hyde Park, que es una canción que tiembla antes de desembocar, comenzó a deslizarse entre las manos de Alex Cooper, y en el brillo siempre joven de su voz escuchamos la queja de la melancolía: “qué deprisa se ha pasado mi juventud”.

Así empezó la cosa demostrando que Alex, cariño y talento aparte, siempre será un cabrón de dimensiones estratosféricas. Porque si tú, siendo el muerto, empiezas un sepelio con eso de “hubo una vez en que yo fui feliz”, sabes que ya has dejado tocada para toda la noche a la parroquia, en la que por otra parte, y me incluyo, no haría fortuna ningún fabricante de champús; y tal vez esa sea una de las razones por las que Cooper va a dejarnos huérfanos cuando termine esta gira de despedida. Además, reflexión personal: hay pocas cosas más dolorosas que ser mod y quedarse calvo.

Por una vez no había gran interés en el repertorio. Juntas las filas en El Pantalán de La Coruña, arropando bien a la banda, había una especie de camaradería, esa del sufrimiento que es la que une, porque tal vez todos los presentes habíamos tenido que contener una lágrima el día que leímos la carta de Alex Díez anunciando su retirada. Así que estábamos tan felices de tenerlo allí, despidiéndose de Galicia y de una ciudad importante en la historia de Los Flechazos y Cooper, que todo nos parecía bien. Creo que si se hubiese arrancado con El tractor amarillo ni siquiera lo habríamos golpeado ni nada.

Por otra parte, yo no querría verme en la piel de tener que elegir qué temas de toda su discografía tocar en una despedida de una hora y media. Todos éramos razonablemente conscientes de eso y disfrutamos sin descanso de una elección equilibrada, con canciones del último disco –vivan los vientos y el teclado y todo lo que puso Álex sobre el escenario-, con clásicos de Cooper, con canciones de Rabia y pulsión, con tiempos dorados de calma, Cerca del sol, y los suficientes guiños a Los Flechazos como para hacernos enloquecer cada vez que podíamos despistarnos: con En el club, La chica de Mel, y Luces rojas a la cabeza.

Era la recta final del concierto, ni rastro del presunto muerto, lo que restaba lógica a aquel funeral, que por otra parte todos los presentes respetábamos con cristiana resignación, y entonces sonó Luces rojas, que es un huracán de luces y grises, una combinación agridulce, que no podía reflejar mejor nuestra sensación a esa hora: “Nada me retiene en este lugar / mis ojos miran a otra dirección / no lo puedo evitar, no lo puedo evitar / prefiero ir solo con mi corazón / Ni la lluvia me podrá detener…”. Lo gracioso es que Álex presentaba los temas como si fueran fruto del azar y nada intencionados, pero el estribillo de Luces rojas en la noche de ayer tiene de casualidad lo que yo de autor de novela romántica noruega. Más aún, lo que yo de salmón noruego.

Pero La Coruña es La Coruña, amigo Álex, y al tiempo no conviene retarlo con bravuconadas, porque, oh justicia y verso, tan pronto como terminó Cooper de cantar eso de “ni la lluvia me podrá detener”, con los ojos puestos en su irrevocable retirada, el cielo se partió y cayó agua para dar y tomar, primero con ironía, después con maldad y finalmente sin piedad y durante toda la noche. Por si acaso había dudas de en qué equipo jugaba el aguacero coruñés.

Volviendo a casa entre la lluvia densísima pensaba que, si bien no podemos evitar que Cooper se baje de los escenarios, nos va a quedar para siempre algo aún más importante, esas Luces rojas que nos guían entre la niebla; esto es; un gran repertorio que tenemos la obligación de legar a los que vengan detrás, porque es verdadera lección de vida, educación sentimental, cultura musical, honradez intelectual, y alegría de vivir. Unas canciones que han envejecido tan bien como su autor, que era el único de la sala que parecía más joven que la última vez, el muy desgraciado.

Te vamos a echar de menos. Aunque no vayamos a dejar de reivindicarte. Lo expliqué en detalle en el libro We saw each other in the bars y tal vez me quedé corto: has hecho que nuestra vida sea un poco mejor y eso tiene un precio, que hagas lo que hagas en esta segunda juventud, no vamos a dejar que te vayas muy lejos sin nosotros.

Gracias, Alejandro, por haber teñido de felicidad y consuelo los años en que vimos extinguirse nuestra juventud.