Apoteosis de 091 en Granada
Lapido ya avanzó en alguna entrevista previa al concierto que pretendían que su comparecencia ante los suyos en Granada fuera recordada por muchos años y a fe que lo lograron. Fue un concierto apoteósico y memorable de 091.
Debía ser el de cierre de la gira de presentación de La otra vida, su último disco, que se vio abruptamente interrumpida por la pandemia.
Y para más inri, en este caso conmemoraban el cuadragésimo aniversario de su carrera musical. “De las cuevas (donde ensayaban) en 1982 al Palacio de Deportes”, espetó Lapido.
Suenan los acordes de la excelsa banda sonora del western Hasta que llegó su hora, que firmó el gran Ennio Morricone. Los vellos como escarpias. Y la engarzan con Vengo a terminar lo que empecé, tema que abre el nuevo disco. Prosiguen con Zapatos de piel de caimán.
El público que llenaba el Palacio de Deportes granadino se sumó encantado a El baile de la desesperación. “Veo venir por la autopista al rey del rock’n’roll…”
“Después de resucitar, comenzamos el tránsito de nuestra otra vida”, espeta José Antonio García, justo antes de arrostrar Naves que arden y una de las gemas del álbum, Condenado.
“Hoy es un día muy especial para nosotros y hemos recuperado una canción que hace más de veinte años que no tocamos”, comenta Lapido, justo antes de interpretar De licor y tristeza.
Éste es nuestro tiempo, con El Pitos armónica en ristre, vuelve a poner al respetable en órbita. La intensidad musical y emocional no decae en ningún momento. Se suceden clásicos de su cancionero, como Huellas (‘Faltan soñadores, no intérpretes de sueños…”) o Tormentas imaginarias (“Canciones de cuna y de rabia…”). Los móviles graban y echan humo.
Entreveran temas nuevos como Leerme el pensamiento (Sin la furia de antaño pero con el poso y la solera que sólo dan los años) o Por el camino que vamos con otros como Cartas en la manga, que abría Doce canciones sin piedad. Otro guiño a la memoria colectiva y sentimental de sus seguidores.
La noche que la luna salió tarde and Nada es real preceden a un himno de su último álbum, Al final. Una madre y su hija pequeña vibran y saltan en el estribillo como el resto del pabellón.
Después de la tempestad viene la calma. Tocan Un cielo color vino. Y sin solución de continuidad, La canción del espantapájaros, que provoca el delirio de unos seguidores enardecidos.
Otro clásico de la primera época, La Torre de la Vela. Y uno de la última, Sigue estando Dios de nuestro lado. Y La calle del viento, momento álgido y de despedida momentánea tras una hora y media clavada que se pasó en un suspiro.
Vuelven en acústico los hermanos Lapido y José Antonio García y le dedican El fantasma de la soledad, que rescatan para la ocasión, a los ausentes (Víctor Lapido, Paco Ramírez y Alfonso Conejo Fonfi). Intimismo y emoción a raudales. Y acto seguido, Cómo acaban los sueños.
Continúan los bises con otros dos temas bandera, Esta noche and Que fue del siglo XX. “Después del infierno encuentres gloria”, bromea Lapido. “Nosotros resucitamos gracias a vuestras plegarias y ahora estamos en la otra vida, que esperemos dure para siempre”, desea en voz alta José Antonio García. Otros como yo and La vida qué mala es en el adiós. Apoteósicos.