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Popes80 | 27 November, 2024

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Un centenar de amigos para celebrar Nos vimos en los bares: fotos y crónica

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Ayer se celebró en Madrid, en la sala Qué Movida, la presentación del libro We saw each other in the bars, de Itxu Díaz. Acompañando al autor estuvieron el editor del libro, Kiko Méndez-Monasterio, y Javi Nieves de Cadena 100; además de Santi Santos, de Los Limones, que ofreció una inolvidable actuación a continuación.

A continuación os ofrecemos las fotografías de la fiesta y las palabras pronunciadas por Itxu Díaz en la presentación.

Fotografías de la presentación

Puedes ver la galería completa en ese enlace de Facebook.

Palabras de Itxu Díaz en la presentación

Queridos amigos:

Nos vimos en los bares es idea de Kiko Méndez Monasterio. En toda su vida, Kiko solo me ha pedido dos cosas, lo que pasa que me las ha pedido varias veces. Una es “Escríbeme un libro sobre música”. Y la otra es “¡sujétame el cubata!”.

Tanto el título como la portada se los debo a Joel, que solamente me ha pedido dos cosas en su vida. Una, “dirígeme un periódico” y la otra “¡sujétame el cubata!”.

Nada habría sido posible en Popes80 sin Alberto G. Valdegrama. Incluida esta presentación, que organiza Unne Comunicación, Alberto y Julia. Alberto nunca me ha pedido nada, pero en cambio yo a él le he pedido diez millones de cosas.

Y en general, a mí no me gustaría la música ni me habría interesado por el pop español si no fuera por Santi Santos, por Los Limones.

Por último, aprendí lo poco que sé de periodismo musical del mejor maestro, Javi Nieves.

Pero si convierto esta presentación en una lista de agradecimientos seré injusto, porque me olvidaré de muchos, y vosotros os quedaréis dormidos, porque el acto se alargaría hasta la hora del desayuno.

Este libro comienza con una introducción escrita en un banco de La Rosaleda, en el Parque de Santa Margarita de La Coruña. Es un lugar que identifico inmediatamente con mi infancia, esa época en la que era igual que ahora pero con pelo y mi única ilusión en la vida era ser Emilio Butragueño.

Es tremendamente ingrato el mundo del fútbol. Yo, delantero nato, tengo solo dos virtudes: ser el mejor futbolista de mi generación, es decir, una estrella, y ser un verdadero fuera de serie en la virtud de la humildad. Aquí están, que me han dado una alegría, algunos de mis compañeros de colegio –¡tantos años sin vernos!- y no se atreverán a llevarme la contraria y estropear este bonito momento de tergiversación de nuestra historia.

No penséis que mi intención de ser Butragueño fue algo pasajero. Lo quise ser durante muchos años. Y creo que si al cabo del tiempo he terminado siendo escritor o periodista es porque no me han dejado ser delantero del Real Madrid. Total, yo sé soltar exabruptos a la prensa como Mourinho, conozco casi tantas discotecas como Benzemá, y se me da genial la jardinería como a Bale.

De todos modos, ser periodista o futbolista, da igual… En el fondo es lo mismo. A fin de cuentas, en ambos casos la cosa consiste en tocar mucho las pelotas.

Por otra parte, muy brevemente, cambié mi inquebrantable lealtad al Real Madrid por una inquebrantable lealtad al Depor de los años del Superdepor. Yo pedía poco. Quería entonces ser como Valerón. Es cierto que lo del Depor no tuvo final feliz. Y creedme que lo vi clarísimo cuando tras haber sido entrenados por Arsenio Iglesias, por Irureta o por Joaquín Caparrós, de pronto el Deportivo fichó de entrenador a un tipo que se llamaba Domingos Paciencia. Y efectivamente, la tuvimos que tener todos los domingos.

Volviendo al parque. Por aquel parque de Santa Margarita paseó mi infancia.

Hay un momento en la vida de un niño en que uno ve, fundamentalmente, las manos de los mayores. Supongo que es porque te quedan a la altura de los ojos.

Yo recuerdo cada una de las manos que me llevaron de paseo por allí, sus historias, y también sus canciones.

La mano alargada y fría de mi abuelo César bien podría haberme desvelado que me dedicaría a escribir y no a meter goles. Tenía las huellas de su vieja Olivetti, compañera inseparable que le permitió escribir miles de páginas, su propia biografía de los años de la guerra civil –que más tarde editó y noveló mi padre bajo el nombre de Maldita guerras-, en la que por cierto, como militar, siendo cabo de sanidad militar, pasó buena parte de la guerra en una pequeña caseta de Guadarrama a donde llegaban constantemente heridos del frente.

Ninguno de los destinados a aquel lugar se quiso quedar allí. Junto a dos monjas, naturalmente camufladas, César salvó en aquella caseta la vida a muchas personas de ambos bandos. Y naturalmente, nunca se lo perdonaron, porque ambos bandos intentaron fusilarlo librándose en última instancia, por la bendita casualidad de encontrarse entre sus verdugos algún conocido o algún cargo al que había salvado la vida. Bueno, eso y deshaciéndose a oraciones a la Virgen de Villaselán de Ribadeo.

Mi abuelo escribía, como digo. Y escribía especialmente bien las cartas. Son cientos las cartas que nos enviaba a cada uno de sus nietos, desde Madrid, desde Alicante, desde Ribadeo.

Mi abuelo, sí, fue militar. Pero antes y después de ser militar fue escritor, fue periodista. Y hasta que la guerra le obligó a abandonar también trabajó junto a su hermano en una imprenta en la calle de Jesús, a la que luego me referiré.

Su hija, mi tía Loles Díaz Aledo, es periodista, y ejerció durante muchos años con su programa en Radio Nacional de España dedicada a la gente mayor. Mi padre, Manuel Díaz Aledo, es economista y auditor. Y escritor, ha publicado una decena de libros. Mi hermana Carmen, en fin, es periodista y también autora de un libro que gira en torno a la mencionada Casilla de Guadarrama.

Supongo que, con este bagaje sanguíneo, lo realmente extravagante es yo hubiera salido odontólogo.

Pero mi abuelo materno, mi abuelo Juan, había nacido en Sevilla y tenía alma artística. Tanto que en mi familia aún conservamos en nuestras casas sus maravillosos cuadros. Pintaba maravillosamente. Y creo que si me he dedicado a las letras y al humor es herencia directa de mi abuelo paterno, que esa era su especialidad. Y si soy capaz también de pararme a observar las cosas bellas de la vida, y describirlas como en un cuadro, es por mi abuelo materno, mi abuelo Juan.

Ambas cosas han sido necesarias para escribir las historias de Nos vimos en los bares. Ambas cosas me conectan inevitablemente con los paseos por la Rosaleda. Ambas cosas me conectan irremediablemente con el momento en que abandoné la ilusión de sustituir a Emilio Butragueño. Y eso ocurrió el día que saltó por primera vez Raúl al campo para sentar al Buitre en el banquillo. Ese día me agarré un doble enfado: por ver cómo un niñato sentaba a mi ídolo y por ver que ya no sería yo el sustituto de Butragueño. Sé que no es justo pero todavía hoy no se me ha pasado el enfado con Raul. Estoy muy de acuerdo cuando Los Planetas cantan con cierta alegría eso de “he leído en el Marca que se ha lesionado el niñato”. Un abrazo, Raúl…

Queridos amigos:

Este libro está escrito en los bares, como la mayoría de los artículos del anterior, El siglo no ha empezado aún. Nos vimos en los bares está escrito en muchos bares y sería difícil recorrerlos todos. Sin embargo, hay algunos lugares donde he escrito la mayor parte del libro.

Comencé a escribirlo en el Sagardi, en la calle Jovellanos.

También buena parte surgió en el irlandés Bo finn, de Diego de León, donde a su vez firmé muchas de las columnas de El siglo no ha empezado aún.

En la terraza del Café Gijón escribí esa parte en la que hablo de Agustín Lara.

Pero las primeras páginas surgieron en la Taberna La Dolores. Un lugar con un gran significado… He mencionado antes a mi abuelo César. Muchos ratos echó él en esta taberna, tan próxima a la imprenta donde trabajaba su hermano, y donde ambos ayudaron a encuadernar cada uno de los ejemplares de un libro que aún circula por ahí y que se llama Ribadeo antiguo.

No deja de asombrarme ver que los caminos, de forma providencial, se terminan tocando. Del polvo de aquella imprenta de los bajos que ha frente al Jesús de Medinacelli, a la máquina de escribir, a La Dolores. Letras, canciones, recuerdos y bares. Todo encaja al fin para definir, supongo, por qué me dedico a las letras y por qué hoy presente mi noveno libro con esta fiesta tan especial y rodeado de tan buenos amigos.

En La Coruña escribí las páginas de los grupos gallegos. Siniestro Total, Iván Ferreiro, y por supuesto Los Limones. Lo hice en el 57 y en La Olímpica.

De nuevo en Madrid, me encerré entre las paredes de la Cervecería Alemana, buscando las musas de Jardiel Poncela, para liquidar las páginas dedicadas a los grupos con letras divertidas.

Loquillo, Amaral, Álvaro Urquijo, Javi Nieves. Mi agradecimiento especial a estos grupos grandes que han tenido la gentileza de dedicarme inmerecidas palabras en la contraportada del libro. Cada uno representa una institución en lo suyo, en el marco de la cultura española. Gracias por todo el talento que regaláis.

Y en el Toni2 garabateé el final del libro, hablando de Pereza, de Leiva, de César Pop y del Toni2…

Queridos amigos:

Tengo por costumbre, en este Madrid tan saturado de presentaciones de libros, no castigar a mis amigos con presentaciones largas y tediosas. Por eso monto una fiesta, reúno a los amigos, me traigo a mi querido Santi Limones a cantar canciones bonitas y hablamos lo justo del libro. Pero con este Nos vimos en los bares, me perdonaréis que haya hecho una excepción y me haya extendido más de la cuenta, porque me apetecía esta vez hablar de mis abuelos, de mi ascendente literario, y de las razones por las que realmente me dedico a escribir, más allá de que no sé hacer otra cosa, que también es una razón de peso.

Estoy muy contento, repasando vuestras caras, porque habéis llenado la sala y porque, como bien ha dicho mi querido Javi Nieves, todos los que estáis aquí, de ámbitos tan diferentes, tenéis una historia personal conmigo o más bien tengo ya la fortuna de tenerla con vosotros. Es una suerte para un escritor poder presentar un libro y sentirse en familia, acompañado de tanta gente buena, tanta gente querida.

Gracias de corazón, Javi Nieves, que a pesar del madrugón de la radio, una vez más, como siempre que le he pedido algo, no me ha fallado; al igual que Santi de Los Limones, que lo vamos a escuchar ahora mismo en directo. Gracias Kiko y Gabriel y la gente de Homo Legens por lo bien que tratáis a este juntaletras.

Y paro ya, porque de mi querido ministro Iñigo Méndez de Vigo, que nos acompaña hoy y con el que tuve la suerte de trabajar por la cultura española estos últimos años, he aprendido muchas cosas. En lo referente a los discursos, a él le gusta mencionar siempre a los amigos presentes, uno a uno, pero él tiene un don y una memoria de la que yo carezco y si me pongo a intentarlo acabaré metiendo la pata.  

Queridos todos:

Quiero despedirme, en fin, dando también las gracias a Que Movida por acoger esta presentación. Y a todos vosotros por el cariño con el que estáis tratando Nos vimos en los bares. Creo que habéis sabido identificar discretamente que es el mismo cariño que puse yo al escribir estas páginas. Gracias de corazón.