A year without Antonio Vega
Hubo un Antonio Vega desconocido, que cierra el círculo del complejo mundo de sus canciones y que nos ayuda a comprender mejor su valor. Una parte del líder de Nacha Pop que no trascendía lo límites de su hogar, que sólo llegaron a conocer los más íntimos del artista. Quien alojó a Antonio Vega durante su año más difícil, tras la muerte de Marga del Río, nos contó alguna de esas pequeñas grandezas a Alberto y a mí, para el reportaje que publicó la revista Época el domingo 28 de marzo de 2010. Hay descubrimientos en aquel relato que ya nunca he podido separar de sus canciones.
«Como si no te escuchara o como si no estuvieras delante, rasgaba su guitarra continuamente», nos contaba entonces Isabel, al tiempo que detallaba su pasión por la astrofísica, su mirada reflexiva sobre el mundo, y su capacidad para abstraerse unas veces con las cosas más profundas, y distraerse otras con las más simples. Porque era, al mismo tiempo, un enamorado de la música, un incansable admirador del Universo, un amante de las palomitas y la Fanta de Naranja, y un fiel seguidor de las carreras de Fórmula 1.
Los personajes públicos casi siempre ofrecen novedades en las distancias cortas. Siempre hay sorpresas. Por increíble que parezca, hubo un Antonio Vega trágicamente divertido, capaz de relatar con gracia cómo, en una ocasión, fue secuestrado accidentalmente por cuatro colombianos que lo confundieron con un capo, o cómo, en otra, ardió su casa por culpa de unas velas encendidas que deberían estar apagadas cuando no tienen vigilancia.
Ha pasado un año desde su fallecimiento, y me han venido a la memoria muchas de aquellas cosas de aquel reportaje sobre su cara menos conocida. Profundizamos entonces en un Antonio Vega noble y elegante, que «prefería destacar más las proezas de ciertos músicos o grupos, que las deficiencias de otros». Un músico al que no le importaban las críticas de la prensa cuando retrasaba o suspendía una actuación, porque sabía que sus seguidores se lo perdonaban todo. Y así era.
Su figura, su personalidad, y su obra, responden al perfil de un hombre capaz de plantarse cara a cara con el Universo. Cada vez hay menos tipos con el valor y el entusiasmo suficiente como para mirar a los ojos al cielo nocturno, y enfrentarse a las preguntas más complicadas. La física no es más que una pequeña respuesta a una duda enorme, inabarcable. Las canciones de Antonio Vega, muchas veces, son una búsqueda, un escalón más de profundidad y sensibilidad, un intento de fotografiar la belleza, fruto de esa capacidad para sorprenderse por cosas que la gran mayoría interpretan como cotidianas. Hoy tenemos pocos artistas capaces de contemplar pacientemente un cielo estrellado, y con Antonio Vega perdimos a uno de los grandes especialistas en este escrutinio, vital para todo artista que quiera trascender, aunque sea brevemente, al ritual del pop insustancial, o la manida reivindicación perecedera.
Hubo un Antonio Vega de puertas adentro, que explica mejor que nada cómo pudo convertirse en uno de los compositores más importantes de la historia del pop español. Un artista cuya biografía completa nos muestra una nueva versión de sus letras. Renovada y esférica. Completa. Un hombre con constante capacidad de asombro, con notable creatividad, con sentido del humor, con gran inteligencia. Un Antonio Vega extraño a los tópicos, a años luz de su imagen en la prensa, e incluso muy alejado de su propio aspecto externo. Un hombre quizá desconocido al que, en cambio, conocían perfectamente todos sus seguidores. De hecho, ese era el hombre al que veían cuando miraban hacia el escenario.
Hubo, en fin, un Antonio Vega volando en el rico y enigmático universo de su mundo interior, ajeno al propio túnel de sus ojos.
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