14 million
Lo de Javier Sardá, su tropa y su tinglado nocturno, todo aquello que tanto dio que hablar hace años, no era exactamente libertad de expresión, sino más bien libertad de rebuzno. Era un programa insufrible, vil, inhumano y todo lo que se quiera añadir, sí, pero un porcentaje bastante elevado de telespectadores se acercaba cada noche a la ventana de aquella pocilga a recibir su dosis de lodo para escandalizarse en público al día siguiente, discutiendo en el bar o con los compañeros de trabajo sobre cómo es posible que haya tanto cochino suelto en el zoológico televisivo. O sea, ver para ladrar después. Pero ver al fin. Así es como aguantó durante años. ¿Por qué razón si no, su propia cadena permitió la insoportable degeneración es justo recordar que no empezó su primera temporada como acabó la última- del programa de Sardá? Por la audiencia. Mientras la audiencia estuvo ahí, aunque fuera para quejarse o fingir un rato, también estuvieron los anunciantes, y mientras tanto nadie movió un dedo para deshacerse de aquel producto. No es un caso aislado, lo hemos visto más veces a lo largo de la historia de la televisión.
En el lado contrario podemos encontrarnos la vieja mentira de los documentales de La 2. Es un tópico, pero envejece bien: si toda la gente que asegura ver los famosos documentales de La 2 los viera en realidad, los audímetros saltarían por los aires a las cuatro de la tarde. Y no suelen saltar, salvo que juegue España algún mundial. Abro aquí un paréntesis para confesarles también que desconozco las razones por las cuales el español medio considera a los documentales de La 2 la buena tele y la oposición lógica a la telebasura. Me resulta incomprensible sabiendo que la mayoría de dichos documentales son infumables. Una tortura como la de Shakira. Cierro el paréntesis.
Miles de personas llevaban meses mostrando su indignación por la participación del tal Rodolfo en el festival ese cuyo nombre no logro recordar, que se perpetró el sábado en algún lugar de la vieja Europa viejísima, ya, por lo cansina-, que tampoco recuerdo. Pero llegó el sábado y casi 14 millones de personas se abalanzaron sobre sus televisores para vivir en directo el certamen y contribuir al único golpe de caja que ha dado TVE en este asunto. Al terminar la emisión, los 14 millones de españoles que la habían seguido atentamente se incorporaron a sus quehaceres habituales y buena parte de ellos volvieron a lanzar lava sobre las espaldas del humorista de Buenafuente, con ese cinismo tan español y tan descarado. Fue precisamente Buenafuente quien dijo que los que no se ríen con el Chiki Chiki es que son tontos o no han entendido el juego. El problema es que algunos, bastantes, entendimos el juego perfectamente, por eso no nos hizo gracia. Que me parece increíble que nos intenten imponer cuándo, cómo y de qué tenemos que reírnos.
El juego que había que entender consiste en las tres o cuatro cosas que quedarán para la historia como el legado del Chiki Chiki: un par de monólogos de Buenafuente, 14 millones de espectadores, el trato de favor de TVE a La Sexta y sus inesperados ingresos obsequio de la televisión pública -, y un intento fallido de reventar un festival que pide a gritos su demolición desde hace bastante tiempo.
En cuanto al famoso ridículo que se supone que España ha hecho ante toda Europa, me parece una consideración excesiva. El ridículo europeo del sábado seamos serios- no le llega a los talones al que hacen desde hace tiempo muchos de nuestros líderes políticos cuando se van de gira a hacer unos bolos de los suyos por el viejo continente. Que aún hay clases.
Tampoco comparto el análisis fácil de no pocos columnistas de la prensa nacional, que afirman estos días que somos un país de frikis ¿admite esta cosa la RAE?- sin remedio y que nos merecemos la hoguera y no sé qué más. Lo que somos, y Dios me libre de generalizar en exceso, es un país bastante borreguil, donde la publicidad y lo mediático nos asombra y nos influye hasta el extremo. Y somos, por tanto, un país que lleva un mes viendo la cara del humorista de El Terrat hasta en las ruedas de los contendores de basura. Ese acoso mediático, por lo humanos que somos, no nos puede dejar totalmente indiferentes. Por eso no debe sorprendernos lo de los 14 millones de espectadores. La Sexta y TVE, que pagaron la espectacular campaña de Don Rodolfo, sabían que obtendrían a cambio el premio de los 3.000.000 y de los 14.000.000 espectadores. Y acertaron de pleno. .
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