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Popes80 | 31 marzo, 2025

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Alborada con Cooper

Alborada con Cooper
Itxu Díaz
  • On 22 marzo, 2025
  • http://www.itxudiaz.com

Yo no sé si quería despertar al letargo del corazón y la desidia. Esta ciudad a veces es un pasaporte a un eterno anochecer. Las ruinas de una civilización en cada piedra enmohecida. ¿Qué será del viento cuando la lluvia se canse de caer? ¿A quién azuzarán sus brazos vigorosos, destructores? ¿A quién acariciarán sus manos seductoras? A mi me recordó esta noche a tu melena lacia dibujando divertidos chispazos negros en el cielo rosado y llovedizo. Maldita sea la juventud que habló por mí. Y el mar colérico. Y los golpes de salitre. Y la alergia a las algas en la bajamar. Mis demonios son libertad y ternura. Y el eterno retorno al almanaque embrutecido, esquinas amarilleadas en la encimera del comedor. Cortometraje, mi Cooper: “Vuelvo a pisar las calles en las que desperté / pero todo ha cambiado / y nuestros ojos no brillan como ayer”.

Tiendo a hacer de esta penumbra un nicho, un fortín contra el estío de los corazones. Morir en calma a veces es vivir. Despertar cuando la luz bese suavemente tus mejillas. O anegar en rock and roll y literatura cada estación de penitencia. Que no sea por los vapores del alcohol que besé una tristeza, que no sea por los puentes que quemé después de cruzar, que no sea nuestro ayer una disculpa para el mañana. Palabra de mar.

Hace algunas tardes visité el puerto abandonado, ya ni te acuerdas. Años atrás aún era embarcadero de excepción para días de galerna, amparo de pescadores en letanía de venturas, aunque la grúa de botar sueños a las aguas es hoy reliquia oxidada, tan golpeada por las mareas y los aires de humedad como el corazón tizoneado del techo del baño de un viejo pub. Allí era el silencio y la soledad. Un lejanísimo brillo de felicidad en el horizonte, que en algún lugar de la larga frontera del cielo reluce la cresta de las olas, donde el sol todavía triunfa sobre la frivolidad del invierno. Hay algo circular, pendular, y asfixiante en los caprichos del corazón. Y algo mórbido en la soledad de esta bahía. Es Carrusel, tal vez: “Salgo a respirar mi triste oscuridad / el embarcadero está en silencio / sólo suenan las voces / de gaviotas sobre el mar”.

Queda ante el paisaje desértico de las aguas tranquilas, el alma se me dormía a ratos “en el ojo del huracán”, como en Un día de furia: “Algunas noches creo oír / palabras que no ha borrado el tiempo, / teñidas de lágrimas que sé / que yo provoqué”. Yo no sé si quería despertar al letargo del corazón y la desidia. Hay en sus manos un puñado de emociones. La fragilidad del mayor de lo vigores. Vuelvo a ratos con la memoria a los instantes, ahora que ya no hago promesas que no valen nada, ahora que por fin sé encontrar el camino que lleva a ningún lugar.

Alguien nos ha debido de robar el suelo enlobreguecido que pisábamos. Ni siquiera la belleza del malecón abierto entre los bosques, ya estaba la tarde arrodillándose en mitad del océano, reconforta a veces la inquietud; el remedio a la euforia de la insatisfacción a veces es una mirada acogedora, unos labios que estrechar.

Al fin, rotas las amarras del viejo embarcadero, y “haciendo astillas el reloj” entre los barrios, extranjero en la ciudad de siempre, me rescata de los mares la explosión controlada del mejor Cooper en Yo sé lo que te pasa: “Cristal, agorafobia, susurros y carbón, / vas descubriendo huellas de tu autodestrucción. / Que el mundo está cambiando, no quieres aceptar, / yo sé lo que te pasa porque yo estoy igual, / porque yo estoy igual”.  

Yo no sé si quería despertar.