Con tierras raras y a lo loco: ¿qué esconde el pacto del año?
¡Ah, las tierras raras! Esos elementos de nombres impronunciables que suenan más a hechizos de Harry Potter que a componentes esenciales de nuestros gadgets cotidianos. Donald Trump ha decidido que Ucrania es el nuevo El Dorado de estos preciados minerales. Las cosas han estado a punto de irse al infierno por culpa de los últimos minutos de la larga reunión entre Trump y Zelenski. Pero tras la ruptura y el intercambio de golpes, el ucraniano ha reflexionado y dice ahora que «sí a todo», como las ventanitas de Windows que nadie lee antes de hacer clic.
La pasada semana Volodímir Zelenski visitaba la Casa Blanca para firmar un acuerdo económico que otorgaría a Estados Unidos acceso a los minerales de tierras raras de Ucrania. Según informes, el acuerdo ha sido revisado después de que EE.UU. retirara su demanda de quedarse con todos los ingresos de los recursos minerales ucranianos, valorados en 500.000 millones de dólares. La versión actualizada del acuerdo implica que EE.UU. recibiría el 50% de los ingresos de estos minerales. Trump ve este acuerdo como una forma de recuperar el considerable dinero de los contribuyentes estadounidenses gastado en apoyar a Ucrania contra la invasión rusa.
Pero hay más. Tras el acuerdo, Estados Unidos tendrá un interés especial y estratégico en Ucrania, un interés económico real, de modo que cualquier agresión contra los Zelenski sería visto como una agresión directa a los intereses y negocios americanos. La cosa cambia considerablemente.
Pero antes de sumergirnos en las complejidades geopolíticas, hagamos una pausa educativa. Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos de la tabla periódica, incluyendo nombres tan familiares como el escandio, el itrio y una docena de lantánidos que suenan a motes de pueblo. A pesar de su nombre, no son particularmente escasos en la corteza terrestre; lo que las hace «raras» es la dificultad y el costo de extraerlas y procesarlas. Es decir, están, pero no hay quien coño las saque de ahí.
Estos elementos son los héroes anónimos de la tecnología moderna. Desde las pantallas de nuestros smartphones hasta los motores de los coches eléctricos, pasando por turbinas eólicas y sistemas de defensa avanzados, las tierras raras están en todas partes. Por ejemplo, el neodimio se utiliza para fabricar imanes potentes en motores eléctricos, mientras que el europio es esencial para los fósforos rojos en pantallas y luces LED.
Aquí es donde la trama se complica. Aunque las tierras raras no son tan «raras», su producción está lejos de ser equitativa. China, con su astuta planificación y quizás una pizca de suerte geológica, controla más del 80% de la producción mundial de tierras raras. Esto le da una ventaja estratégica considerable, especialmente cuando otros países dependen de estos elementos para sus industrias tecnológicas y de defensa.
Estados Unidos, siempre reacio a depender de un rival geopolítico para recursos críticos, ha estado buscando diversificar sus fuentes de tierras raras. Y aquí es donde entra Ucrania, con sus vastas reservas minerales que han estado, hasta ahora, subexplotadas.
Ucrania, conocida por sus fértiles tierras agrícolas y, desafortunadamente, por ser el patio de recreo favorito de las disputas geopolíticas, resulta tener un tesoro escondido de minerales críticos. Además de las tierras raras, Ucrania posee depósitos significativos de litio, cobalto, manganeso y grafito, todos esenciales para la tecnología moderna y las energías renovables. Se estima que Ucrania alberga más de 2.600 millones de toneladas de tierras raras, lo que la convierte en una potencial mina de oro para cualquier nación dispuesta a invertir en su extracción. Esa nación, a esta hora, es Estados Unidos.
Pero hay un pequeño inconveniente: gran parte de estos recursos se encuentran en regiones que han sido escenario de conflictos recientes. Aproximadamente la mitad de las reservas minerales de Ucrania están en áreas controladas por Rusia desde 2022. Esto complica cualquier plan de explotación y requiere no solo inversiones financieras, sino también garantías de seguridad y estabilidad política.
Los detalles del trato
Volvamos al dinámico dúo de Trump y Zelenski. Según informes, el acuerdo propuesto otorgaría a Estados Unidos el 50% de los ingresos generados por la explotación. A cambio, EE.UU. proporcionaría 500 millones de dólares y compartiría la mitad de los ingresos futuros obtenidos de la explotación de estos minerales. Sin embargo, Ucrania dejó claro la semana pasada que no firmará el acuerdo sin garantías de seguridad por parte de Washington. No obstante, tras la rectificación de Zelenski, asegura que firmará el acuerdo de todas todas, en un intento de reconquistar el corazón de Trump, más cabreado que un mono tras la trifulca televisada del otro día.
El primer ministro ucraniano, Denís Shmigal, fue calaro también al decir que, aunque se ha alcanzado un acuerdo preliminar, Kiev no procederá sin compromisos claros de seguridad a la firma final. Sea cuál sea el punto de la negociación, resulta obvio que Kiev desea vincular el acuerdo a su propia supervivencia nacional.
Por otra parte, pensando en términos de guerra, el pacto no solo se trata de economía futura; también establece las bases para la creación de un fondo de inversión para la reconstrucción de Ucrania y pasos hacia una paz duradera y estabilidad económica y de seguridad.
Reacciones internacionales: ¿qué hay de lo mío?
Tras la estampida o la expulsión de la cumbre del pasado viernes, a UE salió en tromba a prometer y prometer cosas a Ucrania. Por lo que sea, tres días después de las conversaciones con los líderes europeos, Zelenski ha considerado que necesita a Estados Unidos. No se podía saber… La Europa tiene un largo historial reciente bélico, fundamentalmente han empleado sus recursos militares en la guerra contra los tapones de las botellas y la célebre batalla contra los coches en el centro de las ciudades. Zelenski, después de años de guerra y pérdidas humanas y materiales infinitas, no está para coñas bruselenses.
Como era de esperar, la promesa de acuerdo por las tierras raras ha generado una avalancha de reacciones en la arena internacional. Rusia, siempre vigilante, ha interpretado la propuesta de Trump como una señal de que Estados Unidos ya no entregará ayuda gratuita, lo que Moscú ve como una oportunidad para debilitar el apoyo occidental a Kiev. Sí, pero no, Putin.
Mientras tanto, China, el gigante de las tierras raras, observa con interés como jubilado apoyado junto a la zanja de canalización. Cualquier movimiento que reduzca su dominio en el mercado global de estos minerales es motivo de atención en Pekín. La posibilidad de que Ucrania se convierta en un nuevo proveedor para Estados Unidos podría alterar las dinámicas actuales y reducir la influencia china en este sector estratégico. Algo que, por otra parte, sería maravilloso para todos, menos para China.
No todo lo que brilla es neodimio
Aunque el acuerdo suena prometedor en papel, la realidad sobre el terreno es compleja. La explotación de tierras raras no es fácil. Requiere inversiones masivas en infraestructura, tecnología avanzada y, lo más importante, estabilidad política y seguridad. Esta muy bien que montes una gran estructura extractora, pero resulta frustrante si el día anterior ha empezar a sacar minerales, un pepinazo Marca Putin te vuelve a la casilla de salida y tienes que empezar a construir y buscarte obreros nuevos. Quizá Trump piensa: ¿se atreverá Rusia estando Estados Unidos detrás de la infraestructura? Yo no lo haría.
Sea como sea, con regiones clave de Ucrania aún bajo control ruso o en zonas de conflicto activo, la extracción segura y eficiente de estos minerales es, en el mejor de los casos, un desafío monumental. A menos que Trump logre implicar a Putin en el acuerdo de una manera lo bastante convincente como para que se abstenga de joder la marrana durante unos cuantos años.
Los datos sobre los depósitos de tierras raras en Ucrania son antiguos y no siempre confiables. La mayoría de las estimaciones provienen de la era soviética, y se necesita una evaluación moderna y detallada para determinar la viabilidad real de explotar estos recursos. Esto significa que, antes de que Estados Unidos pueda empezar a beneficiarse del acuerdo, habrá años de estudios geológicos, desarrollo de infraestructura y, por supuesto, negociaciones políticas interminables. Si después de todo esto, al empezar a hacer agujeros no aparecen las tierras raras y todo era parte de la típica ensoñación soviética, la ira de Trump sería capaz de superar la energía destructiva de las próximas tres guerras mundiales juntas.
Luego está la cuestión medioambiental. De todos modos, no es primordial en medio de una guerra con pérdidas humanas incalculables. Pero es cierto que la extracción y procesamiento de tierras raras genera residuos tóxicos y puede causar daños ecológicos considerables. En un mundo cada vez más preocupado por la sostenibilidad, cualquier intento de convertir a Ucrania en un nuevo centro de producción de estos minerales deberá equilibrar el beneficio económico con el impacto ambiental. Pero ten la seguridad de que para eso estará la UE sacando su único batallón eficaz a día de hoy: el ambientalista.
En definitiva, el acuerdo entre Trump y Zelenski que parece estar a la vuelta de la esquina tiene todos los ingredientes de una novela geopolítica: recursos estratégicos, un país en guerra, una superpotencia buscando ventajas y un expresidente que nunca deja de sorprender. Pero la pregunta clave sigue siendo: ¿será este un paso real hacia la independencia de Estados Unidos de las tierras raras chinas, o simplemente otro proyecto ambicioso que se desvanecerá en la burocracia y las complicaciones del mundo real? ¿Será la clave de la paz en Ucrania? ¿Qué sacará Putin de todo esto además de sacar sus pies de la zona ucraniana ocupada susceptible de ser pasto de la industria extractora americana?
Como todo en la política internacional, el tiempo lo dirá. Mientras tanto, los inversores, los fabricantes de tecnología y los estrategas militares estarán observando de cerca. Y quién sabe, tal vez en unos años nuestros teléfonos y coches eléctricos lleven un pedacito de Ucrania en su interior. Desde luego, sería mejor que una guerra absurda que amenaza día tras día con un conflicto de escala mundial, aunque ya nos hayamos acostumbrado a ver Ucrania en llamas como si no fuera con nosotros.