La IA desvela la personalidad de Sánchez, el hombre que se amaba sobre todas las cosas
Es posible que para descubrir el ramalazo narcisista de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, no fuera necesario recurrir a la IA, quizá basta con escucharlo, pero también lo es que la posibilidad de utilizar sobre un presidente del Gobierno los últimos recursos de herramientas de análisis grafológico inteligente y de reconocimiento de emociones con IA y los test de personalidad avanzados sobre fotografías y vídeos, supone una tentación demasiado grande como para dejarla pasar. De hecho, no la hemos dejado pasar.
Gracias a la inestimable ayuda de la grafología, la IA y una desconfianza innata hacia la casta política, podemos desentrañar lo que la caligrafía y la pose de Sánchez nos dicen sobre su forma de ser, más allá de toda consideración política.
La caligrafía de un hombre con mucho que decir (sobre sí mismo)
El análisis grafológico de su escritura nos muestra a un hombre que, si fuera un coche, sería un deportivo rojo que nunca deja de tocar su propia bocina. Su letra es mediana a grande, con una tendencia a expandirse en ciertas palabras clave. En su transposición al cosmos de la personalidad, podemos afirmar que, cuando Sánchez quiere que algo llame la atención, lo hace con todas sus fuerzas, sin importarle un carajo las consecuencias, y dispuesto a lo que sea por dar el bocinazo. ¿Les suena?
Ciertos rasgos de su escritura sugiere una «personalidad extrovertida, con buenas dotes para las relaciones sociales, y con capacidad para esconder sus emociones a los demás». Es decir, sabe cuándo sonreír para la foto y cuándo fruncir el ceño para parecer reflexivo. Un artista de la autopresentación. Si bien, quienes tienen esta capacidad, a menudo rizan tanto el rizo de la representación, que terminan cayendo en una ostentosa caricatura.
La presión del trazo de la letra del presidente del Gobierno indica «determinación y resistencia», quizá por eso hizo de su propio Manual de resistencia su Catecismo particular. Esto, combinado con la velocidad de su escritura y su mezcla de letras ligadas y separadas, nos da a entender que es un «hombre estratégico, ágil mentalmente» y lo suficientemente versátil como para «cambiar su discurso sin pestañear» (políticos, tomen nota). Este rasgo sugerido por la IA tras el análisis de su letra resulta espeluznante, y una pésima noticia para quienes consideran la grafología una pseudociencia sin fundamento.
Ahora bien, hay un detalle inquietante: su firma. Es grande, destacada y con trazos finales enérgicos y cerrados. ¿Qué significa esto? Pues que aquí tenemos a un hombre con «una imagen auto-inflada» y una «necesidad de control tan fuerte» que solo podría explicarse en organizaciones jerárquicas férreas coronadas por la figura de algo parecido a un emperador babilonio. ¿Egocentrismo? No queremos acusar sin pruebas, pero digamos que, si el narcisismo fuera medible en escalas de Richter, el de Sánchez provocaría evacuaciones preventivas.
Convencido de su superioridad sobre todo y sobre todos
Si la escritura de Sánchez demuestra «confianza desbordante», su rostro es la confirmación visual de que este hombre no tiene dudas sobre quién es el protagonista de su historia (spoiler: Su Persona). Su «mandíbula es fuerte, bien definida y cuadrada», un rasgo típico de líderes, tomadores de decisiones y tipos que probablemente se miran al espejo con un guiño cómplice antes de salir de casa. Este rasgo, combinado con una mirada intensa y cejas que a menudo adoptan la posición -materna- del “como vaya yo y lo encuentre…”, proyecta seguridad y cierto aire de «lo tengo todo bajo control”, si bien en estos casos hablamos de percepciones distorsionadas, de modo que casi siempre el control es más ilusorio que real.
La IA ha detectado en su expresión «seriedad, concentración» y, de vez en cuando, un leve «ceño fruncido» que, en Sánchez, puede significar dos cosas: a) está calculando el próximo movimiento entre bambalinas en las crisis judiciales que tiene abiertas, o b) está decidiendo si su perfil izquierdo es mejor que el derecho. Además, el análisis digital de su imagen sugiere un «esfuerzo deliberado por mantener la compostura en público». Porque imagino que una cosa es ser carismático, y otra es permitir que la espontaneidad arruine la oportunidad de parecer infalible. Justo es decir que un análisis manual de su videoteca en el Congreso confirma este empeño por intentar parecer inmutable e inalterable, en dura pugna con las emociones interiores.
A la sugerencia de que su personalidad podría llevarle a caer en el narcisismo -qué prudente es la IA-, conviene anotar que, además de un problema, también es una ventaja para muchos líderes: esa personalidad narcisista le ayuda a tomar decisiones sin dudar (aunque sean decisiones de mierda), a hablar en público con convicción (incluso para decir la verdad) y a mantener la frente en alto cuando todo parece derrumbarse (excepto en Valencia).
El problema es cuando esa seguridad roza la desconexión con la realidad y empieza a generar un ecosistema donde solo cabe una voz: la suya. Manejarlo en las distancias cortas en La Moncloa puede resultar sencillo por su afabilidad pública, pero difícil, si tenemos en cuenta que responde a ese perfil de jefe que en su mente, siempre tiene razón y, más aún, siempre la ha tenido. Y si los demás no lo ven, es problema de los demás.
«Màxim, ¿qué dirá de mi la historia?»
Pedro Sánchez, en definitiva, tiene una relación psicológica estrecha con la imagen que proyecta. Su escritura, su expresión y su lenguaje corporal sugieren a un hombre que no solo está «convencido de su superioridad», sino que considera su papel en la historia como algo casi inevitable. Su modo de ser, en lo más profundo, es un cóctel de «determinación, control, estrategia» y una dosis considerable de «autoconfianza». Alguien con gran resistencia al estrés, desigual relación con la tolerancia a la frustración, y cierta capacidad para mantener la compostura en público, pero no necesariamente en privado. Además, la IA describe a un hombre que, con su tendencia a tener el control absoluto de todo y a cualquier precio, puede ser percibido como «calculador, inflexible» y completamente «distante en lo emocional», rasgo que muchos de quienes interactúan con él han puesto de manifiesto una y otra vez. Imposible en este punto no recordar aquella revelación del exministro de Cultura Máxim Huerta, cuando se presentó en La Moncloa con su carta de dimisión para despedirse del presidente, aparte de no hacerle el menor caso, le espetó: «Todos acabamos mal. ¿Qué dirá de mi la historia?».
Nota: para este reportaje se han empleado modelos grafológicos avanzados basados en la IA de ChatGPT, Facial Reading Pro, Facerati, Graphology, y otras herramientas de IA para cotejar todos los informes obtenidos.