Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image

Popes80 | 22 enero, 2025

Scroll to top

Y Donald Trump regresó a la Casa Blanca

Y Donald Trump regresó a la Casa Blanca
Alex L. Ferrer

La toma de posesión de Donald J. Trump en la tarde del lunes fue, como cualquier evento histórico en Washington D.C., una combinación de solemnidad, caos organizado y lágrimas, unas de tristeza y otras de alegría. Si bien los titulares del día giran en torno al regreso de Trump a la presidencia, lo que realmente robó el protagonista de los fotógrafos fueron esos pequeños momentos y personajes secundarios que nadie planeó, pero todos recordarán. Y las metáforas e imágenes figuradas en los discursos, porque la de Trump «barriendo el país» es el mejor homenaje a la escoba desde, por lo menos, Los Sírex.

Trump: «La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo»

El republicano se dirigió a la nación después de jurar el cargo por segunda vez y ya convertido 47º presidente de los Estados Unidos. En un discurso histórico, grandilocuente, que parecía diseñado más por su sastre que por sus asesores, Trump proclamó el final del «declive del país» y gritó el anuncio que sus fans estaban esperando y que, de poder ser cierto, esperan también todos los americanos: «La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo».

Por más que haya tantos intentando aprovechar las mismas caricaturas de Trump que hicieron en su anterior legislatura, lo cierto es que el presidente no es el mismo. Es pronto para saber si es mejor o peor, pero no es el mismo, por la sencilla razón de que nadie a quien le vuelan una oreja de un disparo en plena campaña e intentan matarlo otras dos veces más, sigue siendo la misma persona después. La gente que dice que viajar te cambia es porque no ha probado la experiencia de que intenten matarte.

«En los últimos ocho años, me han puesto a prueba y me han puesto a prueba más que cualquier otro presidente en nuestros 250 años de historia, y he aprendido mucho en el camino», ha dicho en su discurso, «el camino para recuperar nuestra república no ha sido fácil, y eso se los puedo asegurar. Aquellos que desean detener nuestra causa han tratado de quitarme la libertad y, de hecho, quitarme la vida», añadió. «Hace apenas unos meses, en un hermoso campo de Pensilvania, la bala de un asesino me atravesó la oreja. Pero entonces sentí, y creo aún más ahora, que mi vida fue salvada por una razón. Dios me salvó para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande».  

El sombrero de Melania, canciones e invitados 2.0

Aunque se supone que los ojos deberían estar puestos en Donald Trump, la realidad es que la mayoría prefirió ponerlos en Melania. No podría juzgarlos. Melania Trump se enfrentó a las bajas temperaturas de la investidura de su marido con la misma precisión con la que seleccionaría un atuendo para un desfile militar de alta costura. Esta vez optó por un abrigo azul marino de Adam Lippes, entallado, largo y decorado con un cuello de solapas que parecían diseñadas para cortar el viento y cualquier intento de cercanía no deseada. Combinado con una falda a tono y un cuello blanco que aportaba un toque fresco, su look logró equilibrar comodidad, elegancia y un aire de autoridad glacial.

El verdadero protagonista, sin embargo, fue su sombrero navy de Eric Javits, con ala ancha y una cinta decorativa que parecía diseñada para decir: «Estoy aquí, pero no demasiado cerca». Este accesorio cumplió una doble función: elevar su estilo y garantizar que los saludos se limitaran a besos en el aire, añadiendo un toque de misterio digno de una diva del cine clásico. Rematado con stilettos que desafiaban las leyes de la física y la lógica en el frío, el conjunto de Melania reflejaba un compromiso calculado con la moda nacional, un guiño acorde con el plan político de su marido para los próximos años.

Heráclito no se bañaba dos veces en el mismo río, y tampoco Trump se ha bañado dos veces en la misma masa que hace ocho años, porque los avances tecnológicos cambiaron el colorido habitual de estas celebraciones. Lo más llamativo fue la aparición de un grupo de fans que llevaban sombreros vaqueros iluminados con pequeñas luces LED rojas, blancas y azules. Estos accesorios, aparentemente diseñados para algún festival texano de ciencia ficción, hicieron que incluso los Secret Service tuvieran problemas para mantener la compostura. Supongo que es difícil vigilar a la multitud cuando alguno de los sospechosos brilla como un maldito árbol de Navidad.

La banda sonora del evento merece un análisis aparte. En lo solemne, el cantante de ópera Christopher Macchio interpretó su versión del himno nacional al cierre de la toma de posesión. Macchio cantó The Star-Spangled Banner, agarrando el micrófono en su mano izquierda mientras muchos reunidos en la Rotonda del Capitolio permanecían de pie con las manos sobre los corazones o como Trump, en una postura de saludo.

En lo menos solemne, el presidente, en la cita previa a la toma de posesión, ya había consagrado el momento musical de la velada, cuando el popular grupo disco de los 70 Village People interpretó en directo su éxito YMCA en su mitin en Washington, mientras Trump realizaba su ya característico baile con los puños cerrados.

La toma de posesión atrajo a una colección de líderes tecnológicos tan impresionante que uno podría haber confundido el evento con una conferencia TED. Allí estaban Elon Musk, lanzado como un cohete de Starlink; Jeff Bezos, midiendo mentalmente el terreno para un posible centro de distribución de panecillos para cenas de gala; Mark Zuckerberg, tomando notas para un próximo metaverso presidencial; Sundar Pichai, demostrando la última app que nadie sabía que necesitaba; y Tim Cook, haciendo que incluso un discurso inaugural pareciera minimalista.

Quien más implicado está, por supuesto, es Musk, a quien antes incluso de empezar a trabajar le crecen los enanos: DOGE, su oficina para adelgazar al Gobierno y detectar despilfarro público, se enfrenta ya a tres demandas antes de comenzar a trabajar. ¿De quién? En efecto, de colectivos de funcionarios públicos que tienen pánico a que alguien con experiencia en la empresa privada audite la eficacia de sus departamentos y corporaciones.

Redecorando el país y la Casa Blanca

Con ansia viva se ha encaramado Trump al timón de gobernar y ha puesto en marcha una batería de órdenes ejecutivas diseñadas para revertir las derrotas de la llamada «guerra cultural» que los republicanos han padecido durante años, y que ciertamente han cosechado de todo menos consenso nacional. Entre sus primeras medidas se encuentra una redefinición estricta de género en el gobierno federal: adiós al concepto de «género» y hola a un enfoque centrado exclusivamente en los sexos masculino y femenino, en el ámbito oficial, definidos por su función reproductiva.

En paralelo, Trump apunta a desmantelar las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) de Biden. Desde los programas de justicia ambiental hasta los cambios en los criterios de la FAA, ningún rincón del aparato federal quedará a salvo del bisturí presupuestario. La idea, según los aliados del presidente, es poner fin a lo que consideran un despilfarro ideológico financiado por los contribuyentes y devolver el foco a las funciones básicas del gobierno. Y que el Gobierno sea pequeño, quizá en homenaje a Reagan.

Todo esto es solo el aperitivo de un menú que incluye más de 200 órdenes ejecutivas prometidas en las primeras 24 horas, muchas de ellas centradas en cuestiones de seguridad fronteriza y cultura nacional.

Al margen de lo político, el cambio de mando en la Casa Blanca no es solo un ritual solemne, sino que podría emplearse como punto de partida para un reality show de mudanzas. Mientras Donald Trump juraba como el 47.º presidente, un batallón de 90 empleados llegaba antes del amanecer, con café en mano y listas para una operación de redecoración exprés. Mientras tanto, Joe Biden tenía hasta el mediodía para empacar sus últimos calcetines presidenciales, porque en cuanto el reloj marcara las 12, su código postal oficial cambiaría más rápido de lo que puedes decir «Air Force One».

Por si fuera poco, la noche anterior, Trump se hospedó en Blair House, la residencia de los invitados en la Casa blanca, un lugar con 119 habitaciones que, al parecer, todavía no era lo suficientemente grande para alguien que lo quiere todo muy grande. Mientras él se preparaba para su gran momento, la logística en la Casa Blanca se convertía en un ballet coreografiado con muebles voladores, camiones de mudanza en modo turbo y probablemente un par de jarrones que terminaron en pedazos, porque no hay verdadera mudanza sin jarrones rotos. Da igual. Trump no los echará de menos. Y apuesto a que Melania estaba deseando romperlos.