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Popes80 | 12 diciembre, 2024

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¿Por qué los sirios no se están quietos?

¿Por qué los sirios no se están quietos?
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Siria es ese país en Oriente Medio que parece estar estratégicamente situado para no perderse ni una sola juerga. Limita al norte con Turquía, al sur con Jordania, al este con Irak y al oeste con el Líbano e Israel, además de acariciar la costa del Mediterráneo. Esta semana ha sido noticia por la caída -y fuga en re menor- del régimen de Al Assad y la llegada al poder de una ensalada de rebeldes e islamistas de diferentes camadas. Para entender bien la fotografía hay que subrayar que Al Assad contaba con el apoyo oficial de Putin y de Irán, y la oposición a Al Assad contaba con… se supone que esa es información secreta.

Antes de que la guerra civil lo convirtiera en un campo de batalla gigante, Siria tenía fama de ser una tierra rica en historia y cultura. Damasco, su capital, presume de ser una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo. Pero no todo era oro sobre mosaicos bizantinos: Siria estaba gobernada por una dictadura de manual, primero con Hafez al Asad y luego con su hijo Bashar, quienes manejaron el país como si fuera su equipo del Fantasy. El «modo de gobierno» se podría describir como una mezcla de represión, elecciones amañadas y sistemas de control que permitían hacer la vida imposible a la gente sin necesidad de recurrir a la presión tributaria, el método de tortura favorito en Occidente.

No obstante, el régimen de al Asad, aunque brutal, mantenía un estado laico que protegía a las minorías religiosas; los cristianos, por ejemplo, todavía podían respirar allí, aunque no se sintieran precisamente en el paraíso. Por lo demás, antes de 2011 la gente hacía lo que podía: la clase media sobrevivía, había educación y sanidad decentes para la región, y la comida era un festín de especias y sabores. Pero tras más de una década de guerra, la economía está hecha trizas, el 90% de la población vive en la pobreza y el país se ha convertido en una fábrica de desplazados.

¿Qué ha ocurrido exactamente esta semana?

Después de más de una década de guerras, conspiraciones, drones, bombas y otros enseres de las cosas del matar, los rebeldes sirios consiguieron tomar Damasco en 24 horas, el pasado 7 de diciembre. Al Asad salió pitando en un avión secreto como si fuera un concejal de urbanismo al que la prensa ha pillado haciendo cosas, dejando atrás su sillón presidencial y sus lujosa flota de vehículos, que difícilmente podrá volver a disfrutar.

Lo que empezó como protestas pacíficas contra su régimen se convirtió en una guerra civil. Por un lado, los rebeldes que querían echarlo del poder; por otro, los grupos islamistas que querían instaurar su propio infierno; y, como si esto fuera poco, se apuntaron al festival Rusia, Irán, Turquía, Estados Unidos y hasta grupos armados kurdos. Allí se formó Eurovisión pero en versión Oriente Medio, y la población se volvió el gran perdedor de este desmadre, con muchas más desgracias de las que caben en este artículo.

La caída de Al Asad marca el fin de un capítulo oscuro, pero nadie puede asegurar que el nuevo no sea aún más oscuro.

El traspaso de poder

En las últimas horas, los acontecimientos en Siria van a toda velocidad. El líder de los insurgentes, ese grupo variopinto que ha terminado de dar la patada a Al Asad, ha tenido una charla cordial (o lo que en Siria puedan entender por cordial en estos momentos) con el ya exprimer ministro Mohammed al-Jalali para coordinar el traspaso de poder. Porque, claro, incluso las revoluciones necesitan papeleo. ¿De qué hablaron exactamente? Quién sabe, pero es fácil imaginar algo del estilo: «Déjanos las llaves del Parlamento en la mesa, y no te preocupes por el café, lo cambiaremos por té… con dinamita».

Mientras tanto, al otro lado de la frontera, decenas de refugiados sirios en Turquía están esperando para cruzar de vuelta a un país que apenas reconocen. Más de uno, al llegar a su país y ver el nuevo gobierno hecho realidad se preguntará para qué demonios ha regresado.

El Parlamento sirio, en un giro que huele más a miedo que a genuino entusiasmo, ha salido a decir que «respeta la voluntad del pueblo». Claro, el mismo Parlamento que durante años fue un club de fans de Bashar ahora está intentando hacerse pasar por un defensor de la democracia; y fingiendo que lo que viene es una democracia, algo muy poco probable.

Un líder yihadista que quiere imponer la sharia

Mientras tanto, los islamistas no han perdido el tiempo: ya han encargado la formación de un Gobierno interino a Mohamed al Bashir, un simpático colega que viene avalado por Tahrir al Sham, grupo islamista de facción suní. Traducción: si pensabas que la sharía iba a ser opcional en esta nueva Siria, será mejor que te replantees tus expectativas.

Al frente de Tahrir al Sham está Abu Mohammed al-Golani, un veterano de Al-Qaeda reconvertido en líder de los islamistas, que lleva años jugando al ajedrez con las facciones sirias, siempre moviendo las piezas a su favor. No está claro su papel, depende de a quién le preguntes. Lo único seguro es que Golani tiene planes, y no incluyen ni libertad de prensa ni las bodas civiles. Para él, la revolución no se trata solo de derrocar a Al Asad, sino de instaurar un régimen donde la ley islámica, la temida sharía, sea la medida de todas las cosas (o de todas las cosas que quieran seguir vivas).

Tampoco es menor el papel que podría ejercer Estados Unidos. Donald Trump, el presidente electo, en un mensaje en las redes que se interpreta como una colleja a Biden y una declaración de intenciones, ha zanjado el asunto insinuando que el país es un gallinero en el que no se le ha perdido nada a ningún americano: «Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, y EE. UU. no debería tener nada que ver con ello. No es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle. ¡No te involucres!».

Si los diferentes actores internacionales involucrados quieren dejar a los sirios organizarse a su manera, teniendo en cuenta quién está al frente de la revolución, las pocas libertades en materia religiosa que han podido disfrutar los ciudadanos con Al Assad se terminarán de inmediato. Mientras se producen las negociaciones, todavía una puerta a la esperanza, la elección a vida o muerte entre construir una democracia o hundirse en una nueva dictadura, aunque ahora sea una dictadura islámica.

El primer problema gordo internacional para 2025 ha llegado a su cita con casi un mes de adelanto.