Una canción a dos manos
La novela, Rosas de papel, estaba terminada y recién enviada a mi editor. Había sangrado algunas páginas durante años y, después de todo, sospechaba que al universo de aquel chico que la protagoniza se le quedaba pequeña la atmósfera literaria. Tantas horas rodeado de Juan, de la bella Claudia, del psiquiatra Fred, de Greco, de Búho, de la muchacha que leía a Emily Dickinson en la parada del bus, de los versos de Holderlin y de los finales de las noches de Celine, me dejaron en una extraña orfandad cuando todo terminó.
Durante varias semanas sentí aún la presencia de cada uno de ellos, al cruzar un parque, al doblar la esquina y toparme con la bahía, al pisar los bares donde fueron naciendo y muriendo ahogados en tinta. Estaban aún conmigo, todavía palpitaban sus sueños y penas, todavía me hacían reír sus bromas. De algún modo no habían muerto con el punto final y eso ya no era responsabilidad mía.
Quizá por eso una noche en la barra de madera del John Moore, cuartilla en ristre y música de los Stones, garabateé unos versos. Para terminar de saciar la sed de la historia consumada. Para cerrar un círculo. Y llevé en el bolsillo aquellas cuartillas con versos difusos durante algunas semanas, tachones y más tachones, perfiles de música en la letra redondeada de las vocales, siempre de aroma colegial. En ellos bailaba el sueño de aquel hombre que aspiraba a vender rosas de papel por las calles de Triana, el viejo puerto, y el Jardín del Mar, que así se llama el bar de la bahía de El Sardinero en la novela. Al fin comprendí que estaba naciendo, no un poema, sino una canción. Y me pareció una idea bonita.
Junté los trozos de los versos que había ido anotando sobre las dudas y desdichas de Juan, el protagonista, armé un estribillo que parecía pellizcarme el corazón, y le propuse a Dani Royo echarle un ojo a todo aquello. Lo maduró unos días y acordamos que trataríamos de hacer una canción con ese puñado de punzadas en el alma. Pero entonces obró el milagro propio del gran artista que es. Tomó algunos versos, cinceló otros propios, probó con su piano, apuntó con su guitarra, y disparó al centro de un bolero lleno de aromas, mar, y matices. Y su historia cuenta la mía, la suya, la del protagonista, y la de todos los soñadores que un día, entre rosas de papel, viajaron con su imaginación a los años de la vida bella de la niñez.
Pocos días después, la novela Rosas de papel tenía su propia canción, descargable a través de un QR en la contraportada del libro, y yo tenía una historia que contar –lo hago ahora-, para celebrar este trabajo compartido, y para agradecerle a Dani Royo su talento, su generosidad, y su manera tan emociona de comprender la música, las historias, la vida.
A continuación, la letra y la canción Rosas de papel:
No sé si sería tu alma
La que me hablaba aquel día
No sé si fui lo que esperabas
Ni si de miedo te morías.
Solo busco una razón para entender
Cómo sucedió y cómo fue.
Solo busco la verdad.
Solo busco la verdad.
Haremos rosas de papel
Para vender, para soñar,
para que puedan florecer.
Haremos rosas de papel
Para vender y despertar
al niño que me vio crecer.
Tantos reglones sin sentido,
Tantos caminos sin destino.
Hoy me he vuelto a emocionar
Al recordar el viejo puerto
Donde todo pudo pasar,
En el Jardín del Mar.
Con cicatrices en el alma
Sigo viviendo día a día
Momentos que me atormentaban
Que ningún hombre merecía
Perdona si te doy la espalda
Se me olvidaba que dolía
Ya no quiero recordar
Ni entender, como sucedió
Y como fue
Ya no quiero recordar
Ya no quiero recordar.