La admiración
Hay personas que no necesitan verse. Que han compartido tanto que les basta cruzarse la mirada, da igual el tiempo que haya pasado, para entenderse. Hay personas que no necesitan decirse lo mucho que se quieren. Puedes buscar mil razones para mantener viva una amistad, pero probablemente no haya pegamento más duradero que la admiración. Duncan Dhu se disolvió sin ruido tras el cambio de siglo. Pero siguen aquí. Siguen, cada vez que Mikel Erentxun y Diego Vasallo se cruzan en el camino. Siguen unidos por el lazo más fuerte: la mutua admiración. Su mayor secreto.
Cuando desdoblaron sus carreras. Cuando eligieron sus caminos musicales, su manera de atravesar la avenida del arte y la bohemia, el sonido con que expresar mejor lo que late en su corazón. Nunca rompieron con Duncan Dhu, ni consigo mismos, y nunca fueron esclavos de la nostalgia.
Diego Vasallo enreció su sonido, oscureció sus letras, entumeció la voz, enriqueció su público. Mikel Erentxun afiló sus guitarras, abrillantó sus versos, zarpó otra vez hacia el éxito. Ambos celebraron los triunfos del otro. Caminaron a tientas, sí, pero contemplándose en la distancia; como esos barcos que quizá no se cruzan, pero vigilan sus luces en la penumbra de la noche.
Dejaron crecer su talento, sin bandazos absurdos, pero sin renunciar a limarle de vez en cuando los dientes a otro león. Cuando se reunieron pudimos sentirlo. Sus nuevas canciones, sus directos. Algo especial vibraba bajo la piel. No sé si más viejos, pero sí más sabios, con el temblor en las manos y los ojos brillantes en sus primeros bolos conjuntos tras muchos años: sentían la emoción de verse de nuevo allí, teniéndose el uno al otro por compañero de canciones.
Ahora que se reedita Autobiografía con todo el lujo posible, comprendemos mejor lo que ha significado Duncan Dhu, Mikel y Diego, en el cosmos del pop español del último medio siglo. Tipos normales, almas culturales, inquietos, generosos, buscando oro debajo de los adoquines de la vida, sembrando canciones que serán ya para siempre inmortales en corazones de aquí y de allá. Dando siempre en la diana.
Ambos han editado recientemente dos de los mejores discos de toda su carrera. Están mejor que nunca. Mikel presentará pronto un precioso disco de duetos, Diego ya tiene canciones para un próximo álbum. Autobiografía sigue ahí, con las canciones que una vez marcaron nuestra adolescencia. Y sé que, después de todo, la noche de reyes en que me estremecí con El abrazo del erizo, las lágrimas que enjugué aquel otoño en Canciones de amor desafinado, o la paz que se respiraba en el ambiente en el verano de niñez en que escuchaba sin cesar El sentido de tu canción, siguen siendo momentos fundacionales de mi propia biografía sentimental, y de la de miles y miles de fans que aún hoy se extienden por todo el mundo hispano.
Todo parte del talento, sí. Pero todo lo importante está en la admiración mutua de Mikel y Diego. Respeto. Interés. Intercambio de discos. Y un cariño viejo a prueba de tonterías. Cuando el mundo quiera saber cómo mantener viva una llama antigua sin grandes aspavientos, que mire las carreras y las vidas de los líderes de Duncan Dhu. Por estar palpitando aún esa admiración, por su modo de afrontar la música, lo mejor siempre parece estar por llegar.
España puede estar orgullosa de tener artistas como ellos.