El atentado de Niza y la amenaza yihadista en Europa: un drama que no cesa
A finales de febrero, el juicio a Brahim Aouissaoui, autor del brutal atentado en la Basílica de Niza en 2020, volvió a poner sobre la mesa el peligro latente del terrorismo yihadista en Europa. La Fiscalía Nacional Antiterrorista de Francia pidió para él la pena máxima: cadena perpetua con seguridad irreductible. Su «crueldad insoportable» y su «voluntad decidida de golpear a Francia» fueron las claves de una acusación que lo sitúa como un símbolo de la persistente amenaza que enfrenta el continente.
En la memoria de nuestras generaciones, permanece la imagen del ataque brutal en el corazón de Europa, en Niza. El 29 de octubre de 2020, Aouissaoui entró en la Basílica de Notre Dame de Niza y asesinó a tres personas con un cuchillo de cocina: Nadine Devillers (60 años), el sacristán Vincent Loquès (54 años) y Simone Barreto Silva (44 años). La brutalidad del ataque conmocionó a Francia y al mundo: las víctimas fueron apuñaladas entre 60 y 70 veces en cuestión de minutos. El atacante llegó incluso a decapitar a una de ellas, siguiendo un patrón macabro inspirado en otros atentados islamistas recientes en Europa, y en los videos de propaganda yihadista del Estado Islámico.
Durante el juicio, los fiscales insistieron en el carácter terrorista del ataque. «Él no reconoce los hechos, los reivindica», afirmó uno de ellos. Las declaraciones del acusado no dejaron lugar a dudas sobre su radicalización: justificó sus crímenes como «venganza» por las muertes de musulmanes en conflictos internacionales y consideró que «aterrorizar» a la población era un objetivo legítimo.
El atentado de Niza se produjo en un contexto de creciente tensión yihadista en Francia. Días antes, el país había sido sacudido por el asesinato del profesor Samuel Paty a manos de un islamista radical tras mostrar caricaturas de Mahoma en una clase sobre libertad de expresión. La republicación de esas mismas caricaturas por el semanario Charlie Hebdo reavivó la ira de los extremistas, generando un clima de inseguridad que culminó en la masacre de Niza.
Europa sigue siendo hoy un objetivo prioritario para el terrorismo yihadista. La combinación de células organizadas y lobos solitarios radicalizados a través de Internet ha hecho que los servicios de seguridad enfrenten un desafío cada vez mayor. Francia, en particular, ha sido blanco de múltiples ataques en los últimos años, desde la matanza en la sala Bataclan en 2015 hasta el ataque con un cuchillo en Arras en 2023.
En España, Bélgica o Alemania, la policía persigue, realiza detenciones, o frustra atentados casi cada semana desde hace años. En ocasiones las fuerzas policiales no llegan los bastante rápido como para impedir nuevos golpes yihadistas.
El juicio de Aouissaoui es un paso necesario para hacer justicia, pero no resuelve el problema subyacente. Los expertos advierten de que el riesgo de nuevos atentados sigue siendo «extremadamente alto». La radicalización de jóvenes en suelo europeo, la entrada clandestina de extremistas a menudo camuflados entre refugiados o en las mafias de inmigración ilegal, y la propagación de discursos de odio anti Occidental en redes sociales siguen siendo factores clave en la perpetuación de la violencia.
Las autoridades francesas han endurecido sus políticas de seguridad en respuesta a estos ataques, aumentando la vigilancia en lugares de culto y reforzando la cooperación con otros países europeos. Sin embargo, la amenaza no desaparecerá fácilmente. La lucha contra el terrorismo yihadista sigue siendo uno de los mayores desafíos de Europa en el siglo XXI, mientras la clase política europea, atrapada en el dilema entre seguridad o buenismo, es incapaz de alcanzar consensos amplios en la lucha contra el terrorismo islamista.
A lo largo de los últimos 25 años, Europa ha enfrentado un complejo entramado de conflictos internacionales y amenazas internas que han redefinido su seguridad y estabilidad. Mientras las guerras en Ucrania, Oriente Medio y África continúan erosionando el equilibrio global, el viejo continente enfrenta una batalla silenciosa: la radicalización y el terrorismo islamista.
No se trata solo de atentados aislados, sino de una estrategia a largo plazo en la que la combinación de migración descontrolada, falta de integración y comunidades paralelas han generado una fractura social evidente. En este contexto, el juicio a Brahim Aouissaoui no solo busca justicia por sus crímenes, sino que también pone el foco sobre un problema mayor que persiste en las principales ciudades europeas.
Las autoridades europeas han tratado de responder con medidas de seguridad reforzadas, pero los atentados de las últimas décadas han demostrado que el problema no es meramente policial. El desafío radica en el crecimiento de enclaves donde la ley occidental pierde fuerza y en la propagación de discursos que justifican el uso de la violencia como herramienta política y religiosa.
En 1974, Houari Boumédiène, entonces presidente de Argelia, profetizó que Europa sería reconquistado poblándola con sus hijos, es decir, mediante una lenta sustitución demográfica. Y los expertos han calculado que 1951 será el primer año en que Francia tenga más musulmanes que cristianos, situando el conflicto cultural en una esfera totalmente nueva, en la línea con la también pretendidamente profética novela de Michel Houellebecq, Sumisíon.
Lo cierto es que, con una natalidad decreciente entre la población autóctona y una inmigración islámica que en la mayoría de las ocasiones no está siendo compatible con una integración cultural, el riesgo de que surjan sociedades paralelas sigue aumentando. Expertos en geopolítica advierten que, si no se toman medidas más firmes, Europa podría enfrentar en las próximas décadas una transformación demográfica y cultural de gran calado, con consecuencias difíciles de revertir.