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Popes80 | 27 febrero, 2025

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Lo mejor de nuestra vida

Lo mejor de nuestra vida
Itxu Díaz
  • On 24 febrero, 2025
  • http://www.itxudiaz.com

Era un disco con Sildavia, no tengas miedo de perderte, no, y la voz de Rafa Sánchez atrapando instantes para una eternidad. Una playa, algún libro, el pecho dorado y mil sueños colgando de los dedos. Retazos de felicidad. Tanto por vivir. Salitre y canciones. Los Senderos de traición de Héroes del Silencio y la cuenta atrás de Hechizo cayendo sobre los espejos de casa como una lluvia de oscuridades. Era el cantencito de luz de Kiko Veneno y su Echo de menos. Y eran los días de Autobiografía de Duncan Dhu y el romanticismo cítrico de La casa del enterrador.

No amanecía nunca en las canciones de Los Secretos y Santi Santos cantaba Lloras en el Siete Mares de Los Limones: «Tumbado en la cama oyendo aquella canción / los ojos abiertos, la luz apagada, aquí estoy». Había algo repugnante en todos los hits del verano, una luz macilenta en las farolas del barrio cada noche, y unos ojos de gata sembrando de azules las madrugadas del puerto, que eran sus labios los felices años 20 y el crack del 29 al mismo tiempo.

Ya habían grabado los Celtas su Lluvia en soledad, con el fantasma de ella en el recuerdo, se estiraban bien rojos los atardeceres del mar en los pueblos de la bahía, y había una ingenuidad en la mirada que nunca debimos perder, no sé si por inmaculada o por divertida. Que salía la luna y buscábamos siempre la silueta de Enrique Urquijo colgando de su cuarto menguante, las estrellas pintadas por un niño, y entonando aquello de «y ahora dedico mi tiempo a fabricar / corazones de cartón / son para usar y tirar».

Nos curábamos los sueños rotos con el boulevard de Sabina en la voz de Álvaro Urquijo, o con el radiante descubrimiento de aquellos Siempre Así, que ya habían lanzado el sur hacia el norte con los versos vitamínicos de su himno homónimo, «olvídate de la melancolía / ven a cantar lo hermoso de la vida», y que más tarde nos golpearían el corazón con Si me das a elegir. La puerta estaba abierta.

Había siempre un amigo, un día en bicicleta atravesando las costas, o el silencio para trazar un versos, que luego fueron canciones. Y un disco pellizcado por la arena con Lo mejor de nuestra vida de Antonio Vega, lección de desamores para todo tiempo, y una nota con teléfonos urgentes tomados sobre la servilleta de una lejana cafetería. Las Cosas mías de Antonio Flores, la candela prendida en el grito de Una espina, y ya nos parecía fatigante para el despecho el Cómo hemos cambiado de Presuntos.

Había, en fin, un poco de todo lo que hay hoy, las primaveras son las mismas que un día fueron, las flores te traen la paz y la vida bella, la ironía guasona de los Hombres G en Nassau, y el zumbido enigmático de la entrada de Maldito duende. Ayer como hoy, el maestro rockeando con «el amor que antes dolía», y los bises de Los Secretos se reían de su sombra en Si te vas.

Ayer y hoy, lo mejor de nuestra vida.