El bálsamo de Rafa Almarcha
Una lágrima con En el 53. Quizá porque soy el niño que se ha ido. O porque pronto seré el que lo verá partir. Claro, es Rafa Almarcha, arrullando corazones desde 1968. Ha nacido un nuevo sol, su nuevo disco en solitario, es mi brasero en estos días navideños de familia, esperanza e inevitables melancolías. Un álbum cálido, de la música a la palabra, un montón de canciones que te abrazan, te sanan, te enamoran de las cosas del vivir.
Poesía de aliento sevillano, sentimientos conocidos, dibujos del alma en las canciones, que no hay aquí ni un gramo de impostura; todo es real como las miradas que puedes encontrarte al volver los ojos hacia el comedor de casa, como el viento que colecciona hojas en la calle, como un abrazo de despedida a los 15 años. Es Rafa, Rafa Almarcha. Su gente, sus amores, su manera de estar en el mundo, haciendo canciones donde otros pintamos torpemente sonrisas y lágrimas. Y nos las comparte, tenemos el privilegio de ser sus coetáneos, enseñándonos en cada tema a ver la vida con los ojos de un corazón blanco.
Cuando el amor es imposible, queda el consuelo de intentarlo y, al fracaso esperado, saber que habrá, aún en la distancia, el recuerdo de un algo común que un día unió en danza a la luna y al sol. Ahí flotan los versos trémulos de Tú en el Ártico, yo en el Antártico. A veces, sin embargo, se hace posible, porque aparece Alguien, que en este disco se desvela desnuda de las voces de Siempre Así, para mostrarnos al autor frente a frente con su voz. Aquí la sutileza de la producción y los matices del cantar sentido de Rafa, invitan a soñar con que siempre habrá, aunque sea más allá del tiempo y las tristezas, alguien.
Feliz regalo es la diversión y la elegancia musical de una revivida Los dos sabemos que hay algo, para la hora del primer flirteo y la ilusión, aún sin mácula; y belleza suprema A veces me acuerdo de ti, chispazos de un amor brillante, recorriendo los lugares y los momentos que un día fueron y ya no son: “quiero dejarte bien claro / que lo nuestro ya es pasado / que no vine a suplicarte / aunque sea inevitable / que algo tuyo quede en mi / a veces me acuerdo de ti”.
Estoy de suerte, confieso, porque Rafa Almarcha ha decidido contar para este disco con una de mis preferidas de su repertorio, El viento, y dotada ahora de una preciosa producción: “los años que pasan / lo ganado y lo perdido / los sueños que llegan / y los que siguen dormidos / buenos y malos tiempos / la melodía y el ruido / todo se lo lleva el viento / menos lo tuyo y lo mío”. En cada esquina de la melodía sé a quiénes veo, en ese “mundo imperfecto” del que soy deudor, un hogar de paz, equilibrios, y buen humor. Canción hermana de El viento, hablando del amor mantenido a través de las rosas y espinas de la vida, es Otro año tu y yo, que crece de un piano huérfano a una atmósfera instrumental densa para marcharse, al fin, con la misma lisura con la que llegó.
No se ha escrito nunca una canción que defina tan bien lo más importante de la vida como El amor es otra cosa, lección intemporal para jóvenes y mayores, desengañados y tenaces, idealistas del amor y descorazonados, felices matrimonios y brevísimas parejas de la era de los sentimientos plastificados por Tinder. ¿Qué quieres que te cante Rafa Almarcha del amor? Que “te roba tu independencia / y a cambio te da su luz”. Si algo entusiasma de esta versión es que, sin perder el ritmo festivo de la que le hemos coreado con Siempre Así, aquí la enseñanza sobresale en cada estrofa, aquí el mensaje llega incluso antes que las ganas de bailar.
A sus tres hijos, en el 53, María y Mi sol, las tres piedras preciosas de este álbum. Qué orgullo, es todo lo que puedo comentar, qué orgullo tener un padre que lo sepa contar así. Viva la posteridad de este testimonio, la belleza de estos tres relámpagos musicales.
Da nombre al disco el tema que lo cierra, Ha nacido un nuevo sol, balsámica declaración de esperanza, sincerísima confesión de principios, adornada, cuidada, y pintada con cariño por una monumental producción que, como cada estrofa, no apunta a finitud, ni a amores que mueren, ni a sensaciones de un instante, sino a la inmensa eternidad; que dan ganas de quedarse a vivir en la grandeza amanecida de esos arrozales de Isla Mínima que son, en el videoclip, el traje de belleza que merecía la canción.
Después de todo, algo tenemos que agradecer a esta pandemia: los discos que, sin su obligado parón introspectivo, sin su desconcierto y su calma sobrevenida, nunca habríamos podido conocer, y guardar ahora bien cerca del corazón. Aquí, el Rafa Almarcha del modo primero en que surgen sus canciones, compone de corazón a corazón, cantándote a los ojos, y pone el sol a esta hora de la madrugada en la penumbra decembrina de mi salón, mientras mezo una copa de vino y miro al Orión brillante por el ventanal, pensando que tal vez nada cura mejor que una canción.