La noche de los leones
Las canas. Fue un instante en el baño del Cien por Cien. Al otro lado de la puerta, Los Limones y la gran coral madrileña se mecían en las ondas de El canto de la sirena. Me detuve un instante frente al espejo cruzándome la mirada con extrañeza. Y Santi entonaba la sentencia a lo lejos: “por haber escuchado su voz, hoy me estoy haciendo mayor”. Todo estaba razonablemente en su lugar, como veinte años atrás, pensé. El Cien volvía por donde solía. Las canciones de siempre lucían como nunca. Pero no, no todo estaba en su lugar. Era la elocuencia de una fina lluvia blanca sobre la cabeza. El recordatorio, el despertador. Ese tipo del espejo ya no era el mismo. Me asistió una idea reconfortante, entonces, otra estrofa de una canción que no sonó pero que, de alguna forma, las contiene a todas: “Ordenar las ideas de ayer / ver que cambia todo otra vez / tantos puentes que ya quemé / no puedo retroceder”.
En el barullo de nuevo, el Cien por Cien inaugurando temporada de conciertos con el directo más divertido, intenso y pasional de cuantos he vivido, el de Los Limones. Sucesión de singles, Te voy siguiendo, Trenes sin destino, Es mejor, Ferrol, No está mal la soledad, El tiempo pasará, Almudena, y reencuentros menos frecuentados como Inocentes, Acelerado y Oh, nena.
Muchos abrazos en la entrada de la sala. Muchas vidas vividas entre canciones de Los Limones. Tiempos muertos. Apéndices. Compañeros de viaje. Allí estaban todos los ojos que alguna vez estuvieron, contemplando, cuando la magia de ese soñador, Alberto G. Valdegrama, obró el milagro de impulsar los directos del pop español en Madrid tras el cambio de siglo, y que grupos como Los Limones o Doctor Livingstone –que también nos regaló anoche una maravillosa colaboración con Santi- pudieran aferrarse a nuevas ilusiones.
Que habíamos sido convocados a una noche histórica lo supimos nada más empezar, cuando César Geun9e se subió al escenario con Los Limones para presentar al grupo y llenaron de salitre el Cien por Cien cantando a dúo una de esas letras de Santi Santos para la eternidad: Hace mucho tiempo. Y es verdad. La boca de la ria ya no es como ayer.
Y fue al final cuando certificamos la grandeza de la velada. Los finales de Los Limones siempre son lo mejor. Porque pasadas las horas nadie quería moverse de la sala. Porque cada canción era respondida por una voz unánime. Era más que un cántico, era un rugido. Era la comunión de los leones. La guardia pretoriana de la belleza. Éramos responsables de mantener vivo ese gran repertorio, legarlo a la eternidad. Y le pedíamos más, y ya solo con la guitarra, sin músicos, nos concedía cada deseo, por caprichoso que fuera, arrojándose con nosotros al pozo de sus canciones más escondidas, que no por pequeñas, a veces, dejan de ser gigantes en nuestra memoria emocional. Porque todos aquellos ojos brillantes teníamos historias compartidas, cosidas de corazón a corazón por las canciones de quien lleva décadas dibujando aquello que nos pasa, lo bueno y lo malo, y que otros no sabemos expresar, con la eficacia terapéutica de un orfebre consignando pequeñas obras de arte. Esa sintonía entre público y artista, entre el público y la sala, solo nos anticipaba que entre las paredes del Cien por Cien van a acumularse muchas noches de magia de ahora en adelante, como esa feliz sorpresa de encontrarse a César Geune dirigiendo la programación y al dueño de la sala exhibiendo el entusiasmo y la avidez de quien concibe todo ese clima como si fuera su propia casa; y así me hizo sentir allí, generosamente, mientras me explicaba los pormenores de este nuevo proyecto para la noche musical madrileña.
De vuelta a las luces del escenario, emociones a flor de piel. Es en Acaso donde volvió a asomárseme el fantasma de las canas. Se la habíamos pedido con insistencia. Y nos la cantó, al fin. Discos limoneros pretéritos para recuerdos lejanísimos. Canciones de dos y tres vidas. “Y aunque sé que soy peor de lo que puedas creer / entre el fango nacen flores, nena, no me ves / no es probable que yo cambie todo lo que suelo hacer”. Tal vez por eso estábamos allí. Y entonces tuve la sensación de que todos inevitablemente habíamos ido cambiando en la locura de 20 años de idas y venidas. Todos, menos Santi Santos y el repertorio de Los Limones, que emergió anoche otra vez como una tabla de salvación contra el mal gusto, contra la frialdad, contra la insensibilidad, contra todos los monstruos, las urgencias y los vacíos que nos afligen las formas y vicios de nuestro tiempo. Hay más de cien testigos. En el Cien anoche se reunió la Hermandad para escuchar al poeta de nuestra vida bohemia pregonar la reinauguración de otro refugio cultural donde conservar las cosas bellas de la vida y los recuerdos de nuestros mejores años.
Fotos del concierto: Joel Dalmau.