Quemar los altavoces del coche con Cooper
No me vengas con que no tienes dinero para comprarte otros. No se trata de eso. Y créeme que es una sensación única. Y las sensaciones únicas no tienen precio. Supongo. Mira, si vas a reventar los altavoces del coche, mejor que lo hagas con algo elegante, colérico. Que te arañe la punta de los nervios. Que te abofetee e interpele. Reventarlos con ritmos salseros y sabrosones es fácil pero te deja igual de hambriento de belleza. Hazlo con Cooper. Hazlo con ‘Tiempo, temperatura, agitación’. Verás qué risa.
Hice la prueba ayer y fue una idea brillante. Me ha dicho el mecánico que, tras el estallido, el corte de cada trozo metálico y de esa cosa que parecen alas de murciélago y que lleva el trasto ese por dentro, parecen obra de un cirujano. Precisión y elegancia. Incluso el olor a quemado era un suave aroma a incienso mientras el viejo Golf escupía perrunos, distorsionados ya, y gravísimos acordes de Dos grados bajo cero. Hay una melancolía ritual en el placer de quemar los altavoces del coche. Y más aún, en el hecho de hacerlo con las nuevas canciones de Cooper.
Casualidades. El último tocadiscos lo estropeé pinchando un disco de Los Flechazos. Tiré una copa por encima cuando aplaudía al ritmo de El surf de la botella. El chispazo fue tan vistoso que los novios de la boda se creyeron que era parte del espectáculo. Cuando los amigos de la esposa se pusieron a amenizar el silencio cantando a capela golfadas populares obscenas, ya no les pareció todo tan divertido. La fiesta tuvo arreglo. La boda, no lo recuerdo. Pero en mi historial se ve una continuidad en esto de destrozar aparatos. Una evolución en la música de juerga. De Los Flechazos a Cooper. Una ruta del ruido –véase Ruido de Cooper-.
Al Cooper de 2018 le exijo sonrisas y agitación. De acuerdo, la vida no solo es fiesta. Así que también le suplicamos la tristeza. Pero ellos son la electricidad, lo suyo es la chispa. Del escenario de Cooper surgen bandadas de acordes tan afilados que podrían trocear jamón ibérico o, por saltar a algo más britpop, hacer del gordo de primera fila un montón de carpaccio. Por eso al trasladarse al estudio, Álex Díez no puede ofrecernos otra cosa que esa misma sensación de que todo está a punto de estallar. Lleva años haciéndolo. En la escena del pop español, sólo él sabe combinar esa vitalidad tan genuina en las letras, las voces, los acordes, los ritmos.
Frente al este esperado disco de Cooper, lo primero que asoma es el verano. Este año no hay baño en bikini de Ana Obregón. Este verano lo ha inaugurado Cooper. Ya solo por eso estaremos siempre en deuda con Álex, por librarnos del bikini de Anita y cambiárnoslo por el onírico bikini de rayas de las chicas de sus canciones, que parecen todas recién caídas de una película de 1963.
Su Ya llegó el verano es, en sí, una razón para arrojarse corriendo a la playa. Tiene la virtud de hacerte sentir tan cerca de lo que está cantando que cuando se acaba la canción resulta un horror comprobar que estás en medio de una autopista o rodeado de polución y anodinos edificios de ciudad: “Hoy he visto ponerse el sol / sobre un fondo de terciopelo azul / lentamente, diciendo adiós / sin protestar (ya llegó el verano)”. Por eso en Islandia, te sientes sin “nada que temer” y muy, muy lejos de casa.
Como siempre con Cooper, sus nuevos temas nos desvelan un estado de su alma. En 2018, luz, verano y futuro: “Qué más puedo esperar / el mundo bajo mis pies / qué más puedo esperar / diciéndole adiós a mi vida al revés”. La virtud, una vez más, de contagiarnos de sus buenas vibraciones, de levantarnos y ponernos en acción. Y la belleza de su momento, exponiendo su intimidad, en Telarañas -¡puedes estar orgullosa!-, llevándonos las lágrimas al abismo de los ojos. Todos deseamos que alguien, un día, nos borre las telarañas de la memoria. Que alguien tenga tan fuerza en la voz para ordenar a la niebla que se disipe, cuando nos llegue la niebla… pasado mañana.
Volviendo al asunto que nos ocupa, que es achicharrar el equipo de sonido del coche, con la gracia de un dandi estallando entre sus manos un tubo de Martini, conviene elegir la canción más propicia para hacerlo. En este disco tenemos para todos los gustos: todo depende si quieres reventar los graves o prefieres que los agudos hagan creer a todo el barrio que se acerca el afilador. Las opciones más salvajes son El último tren, Provisional o Dos grados bajo cero. Pero particularmente me quedo con Dos grados bajo cero, porque además es uno de las grandes del nuevo disco. Lo tiene todo: el ritmo, la tensión, el ruido, la belleza sonora, la fuerza y la melancolía.
Si tus altavoces no revientan fácilmente, quizá es porque has pagado demasiado por ellos. Buenas noticias. En ese caso, sube el volumen y disfruta al contemplar cómo se te van tatuando los matices de las canciones de Tiempo. Temperatura. Agitación en el fondo del alma. Créeme si te digo que, tal vez, alguna noche de este verano, cuando todo esté entre la calma, el tedio, la soledad y el miedo, necesites repasar con tus dedos las huellas de ese tatuaje para no perderte del todo en el camino de la vida. Para recuperar el tiempo, para recobrar la temperatura, para experimentar la agitación; de ese modo obtendrás la mejor fotografía de todo el verano. No sé lo que vale París pero Cooper bien vale unos altavoces nuevos.