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Popes80 | 21 noviembre, 2024

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 La canción

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Luis Eduardo Aute lleva toda la vida persiguiendo La Canción. Como el buen poema, la buena canción puede justificar toda una vida. Cuando escuché 'Heaven stood still' de Willy DeVille pensé por primera vez de un músico: “Después de algo así ya se puede morir. Tranquilamente”.

La canción perfecta –aun en construcción- es el reino donde lo ilusorio levanta unas paredes reales como pavos con cemento que no enferma ni a compositor ni a intérprete ni a oyente. Vamos, que no es una novela de caballería. Y Bunbury canta: “Todavía podemos ser felices dentro de una canción” -espero que sea suyo el verso. Ejem, sin acritud, maestro-.

Santiago Auserón es un faro en mitad de la noche de los tiempos -presentes-. Un faro que, entiendo, ha encallado después de 'Mr. Hambre'. Pero un faro. Dice que el público educado por el rock envejece llenando festivales de jazz. Ambas formas serían compatibles. Lo que pasa es que tanto una como otra se han hecho inofensivas, repitiendo fórmulas. El buen Santiago encuentra en la sociedad capitalista el caldo de cultivo para tamaño delito. “Se teme de los jóvenes su capacidad de concebir algún valor que no se reduzca a la mercancía”.

El autor recuerda que, en la Grecia clásica, recaía sobre la música la responsabilidad de formar buenos ciudadanos. “¿En manos de qué oscuro sentido del bien común ha cedido sus valores?”. La música está domesticada y buena culpa tienen la televisión y sus estúpidos concursos para hacer de inanes, estrellas. Y todo lo demás.

“La canción pone en juego una modalidad de inteligencia que pocas veces se desarrolla en las aulas, nunca entre los que especulan con el suelo o la audiencia pública. Estamos ante un serio problema educativo (…) La educación musical no solamente influye en el sentido de las proporciones, sino que nos convierte en testigos y artífices de vínculos (…) Sin buenas canciones los especuladores triunfan”.

Si hubiera santiagos como setas, otro gato maullaría.